martes, 31 de agosto de 2010

VISITA DE TINIEBLAS


Recientemente he visitado el reino de las sombras. He aquí mi diagnóstico: El paciente «terrorífico» goza de buena salud. Así me lo parece tras auscultar —más bien tentar— las tinieblas de José María Latorre.

Esta novela, que prende en el lector de inmediato, está salpicada de agudos comentarios que acentúan su vitalidad narrativa e incitan a pensar. He aquí un ejemplo: “La vida no es para ser contemplada, sino para participar en ella”.

Bien estructurado, aunque por instantes pueda parecer teñido de arquetipos, destila siempre sencillez, nunca artificialidad. Pretende ser lo que es, y eso ayuda a hacerlo más creíble. Latorre nos zambulle en un universo opresivo muy bien construido. La intensidad se mantiene en todo momento. Destaca el personaje del padre, cuyas cartas están escritas de modo magistral. Sin embargo, creo que tendría más fuerza si el protagonista, —el joven Gonzalo— no diera la impresión de mantener siempre el control de sí mismo. Chirría un poco “tanta sangre fría”, y no tanto en lo que cuenta, sino en sus acciones, que pueden resultar a veces algo incongruentes frente a su estado emocional.

Aun así, el relato alcanza momentos muy notables. Por su lenguaje depurado —tendente en ocasiones al barroquismo lovecraftiano— parece escrito en una época pretérita, siguiendo el estilo de los grandes clásicos góticos (no en vano, la exuberante Lucilla de Latorre parece una evocación de la atractiva Carmilla de Le Fanu).

Si José María fuera anglosajón y hubiera escrito a principios del XX, a buen seguro el propio Howard Phillips Lovecraft hubiera alabado su capacidad para generar atmósferas angustiosas y mantener la tensión hasta el final.

Pero Latorre, zaragozano nacido en 1945, nos recuerda que en nuestro país, este género apasionante —el género de la ficción terrorífica— tiene un brillante presente gracias a talentos como el suyo.

 


jueves, 19 de agosto de 2010

BÉCQUER, Poeta de lo fantástico

En pocos escritores puede paladearse un lenguaje tan bello y sublime. El alma del poeta sevillano, impregnada de lirismo, nos ofrece una prosa que conmueve, sugiere y transporta.

Gustavo Adolfo Bécquer, símbolo del romanticismo —tardío— hispano del siglo XIX, se erige, con su bellísima obra, en una de las grandes figuras de la literatura universal.

Heredero de la tradición gótica, cuyas huellas conducen a Hoffman, Scott, Poe, Espronceda o Víctor Hugo, sus LEYENDAS suponen la elevación del género fantástico español a cotas nunca antes alcanzadas y, asimismo, un profundo influjo en escritores posteriores, algunos de honda raíz realista como el propio Vicente Blasco Ibáñez. (Con toda justicia, la editorial Valdemar prepara un volumen suyo en la colección gótica).

A pesar de su corta vida —tan sólo 34 años—, hecho que acentúa el halo trágico de todo escritor romántico, nos dejó un legado literario prodigioso.

Nadie como él ha sabido expresar con tanta precisión y dulzura los mil matices de la música, los rumores de la naturaleza, los contrastes de luz. A través de sus descripciones podemos ver, sentir, tocar, escuchar. Partiendo de tradiciones, lugares y paisajes reales, logra transformar la realidad hasta convertirla, bajo un prisma siempre poético, en un universo mágico, onírico, sobrenatural o siniestro.

Soterrado bajo el peso literario de alemanes, británicos, norteamericanos o franceses, y eclipsadas en gran parte por su genial producción poética recogida en las Rimas, surge un fabuloso tesoro: las LEYENDAS, que, imperecederas, parecen no haber perdido ni un ápice de vigencia, bien al contrario, ganar vigor con el paso del tiempo.

En suma, un majar que hará las delicias de cualquier lector en busca de una pasión literaria.
La mesa está servida; el menú variado y exquisito. No olviden degustar cada bocado. ¡Bon appétit!