martes, 13 de diciembre de 2011

HIVER (Invierno)

Inmensos parajes helados
se extienden por todas partes…
Debo seguir, aunque me congele,
aunque expire su vaho glacial
y una albura nívea e inasible
sepulte mis huesos cansados.

¿Dónde hallar la llama —acaso exangüe—
que funda este gélido lienzo?
¿Cómo repeler el vendaval
de hiriente escarcha?
No aquí, sino lejos,
en cualquier otro tiempo,
en cualquier otro lugar, inalcanzable.

Hace años que no hablo con nadie
y mi propia voz me asusta;
hace tiempo que dejé de ser un hombre,
si es que alguna vez lo fui.

Sólo el viento me acompaña
duro, áspero, desapacible,
el viento que no cesa,
¡y el frío eterno!

Lenta, inexorablemente,
cede mi cuerpo entumecido,
muerto ya en vida.

Acude pronto, carroñero,
vela mi tumba muda,
arranca estos ojos inertes
que sólo desean la nada.


jueves, 1 de diciembre de 2011

FRAGMENTO DEL CUENTO "LA MUJER ALTA"

Siguiendo la tradición de las clásicas y entrañables radionovelas, os dejo un fragmento del relato "La mujer alta" de Pedro Antonio de Alarcón, gentileza de Carmen Hernández Montalbán.

Espero que os guste... y os asuste.


sábado, 26 de noviembre de 2011

EL AMIGO DE LA MUERTE

Ensombrecida por su célebre cuento terrorífico La mujer alta (Narraciones inverosímiles, 1882), El amigo de la muerte, pieza escrita en 1852 por el granadino Pedro Antonio de Alarcón —a caballo entre la novela corta y el relato largo—, parece haber quedado relegada con el paso del tiempo a un discreto segundo plano entre su amplia y variada producción.

Sin embargo, si el lector de nuestros días se acerca a la misma, hallará en sus páginas un fascinante tesoro —quizá desapercibido— de la literatura fantástica española del siglo XIX; una narración intemporal y memorable que conviene rescatar del olvido, pues sólo conociendo el pasado podremos entender nuestro presente.

El amigo de la muerte, no sólo nos ofrece una prosa rica, elegante, ágil, amena y vertiginosa, sino que supone un auténtico despliegue de talento imaginativo por parte de su autor, articulado en torno a los siguientes elementos:

1. Costumbrismo: Una historia de base real, ambientada en los inicios del siglo XVIII español, cuya acción se sitúa durante el primer reinado borbónico, figurando entre sus personajes el propio rey Felipe V. La atmósfera cortesana, las intrigas palaciegas y los secretos de familia, son descritos con maestría por Alarcón, constituyendo, en suma, un fiel retrato de época.

2. Pasión: La de una madrastra rencorosa, la de un monarca sumido en la duda, la de una oscura deidad dolida por la ingratitud, la de una pareja de enamorados, Elena y Gil, que habrán de reencontrarse en circunstancias imprevisibles, cuyo amor desafiará las propias leyes naturales —el autor pone aquí su acento más romántico—.

3. Terror: La base esencial del relato. El elemento sobrenatural es la materialización de lo inexplicable, de lo ultra terreno, cuya mera cercanía atemoriza a todo aquel que, como también sucede en La mujer alta, atisba algo vagamente perverso, oculto a sus ojos mortales, generando cierta confusión. Sirva esta frase como ejemplo:
“La joven se estremeció al ver aquella fúnebre y bella fisonomía, cual si contemplara el espectro de un difunto adorado”.


4. Ficción: En los últimos capítulos, cuando la lectura se hace más vivaz, a la espera del desenlace, la historia se reviste de un halo fantástico verdaderamente prodigioso, con imágenes dignas de los mejores maestros del género, las cuales, como ya señalé en un artículo anterior, convierten al autor de Guadix (en mi opinión) en un precursor.

5. Humor: La ironía nunca falta en los escritos de Alarcón. Salpican los capítulos guiños, confidencias o comentarios dirigidos al lector, pero siempre en su justa medida, sin exceso, consiguiendo el delicioso efecto de la narración oral.

6. Filosofía: Quizá el aspecto que más interés le da al relato. Perfectamente ensamblado con el tamiz fantástico, emana del texto una profunda reflexión acerca de la condición humana. También se funden por momentos sueño y realidad, evocando inevitablemente La vida es sueño, de Calderón de la Barca. El propio final, sorprendente y magistral, sugiere consecuencias tan interesantes como vigentes hoy en día.

Por todo ello, El amigo de la muerte es mucho más que una historia de terror; supone un regalo para todos los amantes del género, especialmente aquellos que gusten beber en los orígenes de la fantasía española, esos que, aunque no siempre notorios, nunca dejarán de sorprendernos.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Artículo sobre el libro "Lo que vino de las profundidades" de CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN

La escritora granadina Carmen Hernández Montalbán ha publicado recientemente un artículo dedicado al libro "Lo que vino de las profundidades" en su blog "Ventana a mis paraisos escritos", el cual os invito a descubrir, así como la obra literaria de esta autora andaluza.

Desde aquí agradezco personalmente a Carmen sus palabras, que no hacen sino animarme a seguir mejorando en mi trabajo literario, y os dejo el enlace para que aquellos que tengan interés puedan leerlo:

http://carmenydorahernandez.blogspot.com/2011/11/lo-que-vino-de-las-profundidades.html

domingo, 30 de octubre de 2011

LEYENDAS DE SULAYR

Hoy quisiera detenerme en uno de esos libros que un buen día aparecen, mágicos e insospechados, en tu vida; uno de esos pequeños volúmenes que, ajenos a grandes editoriales y a modas imperantes, jamás dormirán —acaso una semana— en el estante abarrotado de best-sellers; un regalo para almas sensibles, como sus propias autoras —Carmen y Dora Hernández Montalbán— gustan subrayar.

A lo largo de los cinco relatos que componen este libro sorprendente, las hermanas granadinas nos proponen viajar a un tiempo remoto —ya sea pasado o futuro— con una deliciosa mezcolanza de leyenda, historia, costumbrismo, fantasía y misterio. Cuentos salpicados de elementos sobrenaturales, pero también muy cercanos, cimentados en la realidad —apegados hondamente a su bella tierra andaluza—, con una sabia combinación de lenguaje popular y legendario, inspirado, por un lado, en la riquísima tradición oral, y por otro, en el legado que dejaron escritores como su paisano Pedro Antonio de Alarcón —nacido también en Guadix— o el propio Gustavo Adolfo Bécquer, con quien comparten, además de su amor por la naturaleza, la indudable relevancia del paisaje (árboles, luz, agua, estaciones, aire), universo del que somos parte —aunque con frecuencia lo olvidemos—, que moldea nuestro ser íntimo y, en definitiva, “Madre” a la que antes o después regresaremos.

Nada hay previsible en estas historias “contadas”, que fluyen envueltas en esa especie de “aura mágica” intrínseca a toda leyenda. Hechiceras, princesas, reyes, caciques, aventureros, guerreros, esclavos, sacerdotes… un compendio de personajes clásicos, arquetípicos, en los que siempre hay detrás un elemento tan esencial como imprescindible: una historia profunda, hondamente humana, con sus virtudes y miserias, con sus anhelos y pasiones, con sus dudas y tristezas.

Sugerentes propuestas que destilan una imaginación admirable, eje central de esta obra singular. Imaginación capaz de trasladarnos desde una barraca miserable —pródiga en conjuros— a la mítica Atlántida, capaz de devolver su esplendor al poderoso reino de Tartesos, de surcar la megalópolis de Hesperia en busca de respuestas, de ofrecernos el agua de aquel manantial en que se oye una voz distante…
¿Por qué las fábulas siguen teniendo, en pleno siglo XXI, vigencia y atractivo? ¿Qué encanto encierran que las hace tan sugerentes? Tal vez la razón esté en la añoranza de un tiempo perdido, de un mundo que sólo conocemos por aquel relato que oímos contar una noche junto al fuego. O tal vez sea que ese tiempo remoto, en realidad, sólo es un espejo de nuestro propio tiempo. Sea como fuere, reconforta encontrar “artesanas de la palabra” como Carmen y Dora, capaces de avivar el espíritu de aquellas viejas historias, manteniendo intacto su halo fantástico.

Pocas veces tiene un lector la ocasión de compartir sus impresiones (más allá de una firma apresurada o de una pregunta en una ponencia) con el autor/es de un libro que ha disfrutado. Desde aquí —Dora y Carmen, Carmen y Dora— os animo a seguir deleitándonos con vuestros relatos.
Gracias Carmen por haber puesto en mis manos este grato tesoro que floreció en la montaña del sol, la mágica Sierra Nevada que los árabes llamaron Sulayr.

Hoy quisiera hacer un canto a la pasión por escribir.

jueves, 20 de octubre de 2011

EL GOLEM

“¿Y si la vida en nosotros no fuera más que un enigmático remolino de aire?... ¿Quién puede decir que sabe algo sobre el Golem?”.
¿Acaso existe una respuesta satisfactoria para tales cuestiones? ¿No sucede que al tratar de arrojar un poco de luz caemos sin remedio en nuevas y oscuras interrogantes?

Dudas que lanzan al vacío más y más preguntas. Un misterio tenebroso más allá de la leyenda, donde viven enlazados el terror cíclico —que retorna cada 33 años—, la magia de la Cábala ancestral, las pasiones más exacerbadas, una lúgubre y mísera existencia en un sombrío escenario: el ghetto judío de Praga, la calle Hahnpass, y, por último, la horda de inquilinos que pululan entre sus sórdidos entresijos.

La atmósfera de la primera novela de Gustav Meyrink (1868-1932 )—El Golem— nos ofrece un verdadero compendio de la originalidad que atesoran sus relatos, aquella que le confiere una personalidad única e irrepetible, de gran calado en escritores posteriores —especialmente de lengua alemana— como Kafka, y que hoy día sigue seduciendo a lectores de todo el mundo.

La fascinante e inmortal obra de Meyrink (publicada en 1915) —cuya edición alcanzó la nada desdeñable cifra de 145.000 ejemplares vendidos entre 1915 y 1916—está envuelta en un ambiente inquietante, nebuloso, onírico, misterioso, enigmático, lóbrego y cautivador. Pocos autores han sido capaces de lograr un ensamblaje tan perfecto y sugerente entre sueño, pesadilla y realidad (excepción del otro gran “maestro de lo nebuloso”, Walter de la Mare).

El laberinto narrativo, el desdoblamiento del protagonista, impredecible, caótico en ocasiones, el enigma de un pasado inescrutable, apenas difuminado, la aparición del espectral Golem, todo se articula con una maestría excepcional, desconcertando y atrapando a un mismo tiempo, cautivando a todo aquél que se adentre en sus misteriosas páginas.
La fusión entre pasado y presente se pone de relieve a través del juego de tiempos verbales y una extraña “dualidad”, recurso que alcanzará su cima en otra de sus grandes novelas: “El ángel de la ventana de Occidente”, donde la franja del tiempo queda definitivamente diluida (evocando la idea lovecraftiana del “tiempo lineal” —aunque H.P. Lovecraft en su ensayo El horror en la literatura no cita este aspecto, sino la importancia del oscuro folklore judío de El Golem).

Muchas fueron las vicisitudes, ciertamente novelescas, que acontecieron en la azarosa vida de Gustav Meyrink, comenzando por su propio nacimiento en Viena —hijo ilegítimo de un importante barón y una actriz de segunda fila, continuando con su periplo por varias ciudades alemanas hasta arribar a Praga a los 15 años de edad. Allí, contrajo matrimonio con la hija de un banquero y, años más tarde, llegó a dirigir la entidad financiera.
Pero Meyrink, lejos de ser un espíritu acomodaticio, poseía una personalidad verdaderamente magnética y arrolladora: amante de la noche, cultivador de cuerpo y mente (drogas incluidas), entusiasta del ocultismo, consumado duelista —con un exacerbado sentido del honor—, erudito en las artes ocultas (ocultismo, alquimia, espiritismo), se convirtió en un personaje tan temido como odiado en la Praga de la época.

Con estas credenciales, era cuestión de tiempo que sus enemigos actuaran. Una ignominiosa confabulación lo llevó al banquillo acusado de desfalco y, aunque tiempo después se demostró su inocencia, económica y socialmente quedó arruinado.
Obligado a abandonar la que había sido su ciudad durante veinte años, se refugió en la literatura, medio precario de vida, pero también, universo ideal para canalizar sus vastos conocimientos, así como su espíritu crítico, indomable y satírico.

Al margen de las novelas ya citadas, escribió dos colecciones de cuentos: Historias de alquimistas y Murciélagos, entre las cuales se encuentran auténticas joyas de lo macabro, relatos que ponen los pelos de punta como El Albino o El Maestre Leonardo.

Semejante a sus personajes, Meyrink ha desafiado los límites del tiempo: sólo hay que echar un vistazo a su lápida para comprobar que, en efecto, fue un genial clarividente.

En el epitafio de su tumba reza esculpido este lema: “Vivo”.

domingo, 25 de septiembre de 2011

JAMES MANGAN, EL POE IRLANDÉS

En 1820 se publicó Melmoth el Errabundo, una de las obras cumbres del género gótico —la mejor en mi opinión junto a El Monje de Matthew Gregory Lewis y Frankenstein de Mary Shelley—, escrita por el excéntrico clérigo irlandés Charles Robert Maturin. John Melmoth, ser todopoderoso y condenado al mismo tiempo, personifica una visión de la existencia humana que mora en el abismo, habitante de un infierno terrenal dramático, angustioso, tétrico y feroz. Algunos de sus pasajes resultan verdaderamente sobrecogedores, dotados de una intensidad emocional abrumadora. La lucha interior, el legado diabólico, el terrible destino, la perdición definitiva y la búsqueda de redención, fueron los ingredientes que convirtieron la novela en un clásico inmortal de la literatura fantástica.

Siguiendo en el curso del tiempo las huellas de la misma, hallamos dos ejemplos muy notables: el primero lo encontramos hacia 1835, en Francia, proveniente del ilustre Honoré de Balzac, quien quiso rendir homenaje al maestro irlandés con su relato titulado Melmoth reconciliado, interpretación del personaje un tanto desvirtuada, pero igualmente atractiva. El segundo ejemplo surge en la propia Irlanda de la mano del compatriota del reverendo Maturin, el poeta dublinés James Mangan, que en su cuento El hombre embozado recrea la historia del errabundo de forma ágil, entretenida y más “fiel” a la idea original.

Para acercarnos a la figura de James Clarence Mangan, conviene echar un vistazo a las palabras que le dedicó su amigo, el también escritor James Price:
“¡Pobre Clarence, tu mundo fue el de un melancólico entusiasmado! El opio te elevó por encima de la mugre y de tu vida miserable”.

No podemos olvidar tampoco la semblanza que de él hizo el genial escritor inglés G.K. Chesterton, de la que extraigo este elocuente fragmento:
“…Mangan es el más grande de los modernos maestros irlandeses de la literatura, precisamente porque supo escribir desde su tradición antigua, yendo de lo serio a lo grotesco…”

Finalmente, reseño estas líneas del propio Mangan que, casi dos siglos después, adquieren un carácter visionario:
“La tumba es vital pues se van a ella grandes hombres desconocidos en vida, en los que sólo se repara cuando mueren. La tumba los revive”.

Nada más certero en el caso de este poeta, ensayista, traductor y cuentista irlandés, cuya breve y trágica vida (1803-1849), recuerda irremisiblemente a la del arquetípico Edgar Allan Poe. Y es que Mangan, como Poe, fue víctima de una combinación devastadora en nuestra sociedad: honda inteligencia, sensibilidad extrema y adicción a las drogas (en su caso láudano y alcohol); y es que Mangan, como Poe, creó una obra profundamente innovadora y visionaria, escrita además en un inglés exquisito; y es que Mangan, como Poe, fue hallado días antes de su muerte tirado en la calle, enfermo, famélico y agonizante.

Así fue que hasta 1904 no se editó un primer libro que incluyera buena parte de su obra. Y es que tampoco fue tarea sencilla compilar sus narraciones; Clarence Mangan escribió de forma tan prolífica como dispersa; el rastro de su legado se hallaba repartido entre folletos, periódicos y revistas irlandesas de muy efímero tránsito. Resulta paradójico que una de las novelas más conocidas y universales del siglo XX, el inefable Ulises de James Joyce, hunda sus raíces en el desconocido relato de Mangan Una aventura extraordinaria en las sombras —donde surge la voz del interior que inspirase al dublinés—.

James Clarence Mangan estudió en la escuela Saul´s Court; allí aprendió alemán (tradujo a los grandes poetas alemanes) y fundamentos de otras lenguas como francés, español, italiano o árabe, —lenguas que era capaz de leer sin dificultad—. Sus desgracias comenzaron a los quince años cuando su padre, alcohólico empedernido, perdió su negocio y el joven James tuvo que ponerse a trabajar como copista para sustentar a su familia. Durante los diez años que pasó inmerso en lúgubres oficinas comenzó su adicción al láudano y el alcohol. Apenas ganaba para sobrevivir, y al final, sin recursos, la droga acabó sustituyendo al alimento, pues calmaba el hambre y era más barata.

En su relato más personal Una dosis de sesenta gotas de láudano, Mangan refleja como en ningún otro su agudeza intelectual, su escepticismo, su finísimo e irónico sentido del humor, su honda melancolía, su vasta cultura, su impresionante prosa y su despecho hacia el amor no correspondido. El "Poe" irlandés, prolífico y versátil, también nos ofrece cuentos que evocan los orígenes de la nación irlandesa -en forma de leyenda infantil- (El patán del abrigo gris), fábulas moralizantes al estilo oriental (Los tres anillos), historias de intriga y fantasía (Las treinta redomas), o el ya citado relato espectral (El hombre embozado).

En sus últimos años, el escritor vagó por las calles de Dublín como un pordiosero, dispuntándose las migajas de pan con otros mendigos, envuelto en su inseparable capote gris, cubiertos sus cabellos con un sombrero raído y sin despegarse jamás de su paraguas.

James Mangan tenía razón. La tumba fue capaz de revivirle; considerado hoy día como un autor imprescindible del siglo XIX, ojalá estas migajas postreras puedan llegarle hasta el Más Allá, si es que existe tal cosa.












jueves, 25 de agosto de 2011

DESCUBRIENDO A PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

En las tres últimas décadas del siglo XIX se completa el tránsito artístico del Romanticismo al Realismo. Es precisamente en esta época cuando la novela alcanza su mayoría de edad (1868) y se consolida como el modelo literario universal que hoy conocemos. El Realismo se acaba imponiendo en el viejo continente, pero como ocurre en los tránsitos —me atrevo a decir que en todos—, siempre queda un poso del movimiento anterior, que no muere, sino que muta y se transforma al calor del nuevo impulso estético, de modo que, añadidos cual estratos, estas dos sensibilidades conforman una amalgama tan uniforme como distinguible.

En este periodo también se produce un fenómeno de consolidación del cuento, publicándose, por un lado, en periódicos y revistas, y por otro, con la aparición de libros dedicados exclusivamente al relato breve (Obras, de Bécquer, 1871 o Narraciones inverosímiles, de Pedro Antonio de Alarcón, 1882 son dos buenos ejemplos).
En efecto, la huella romántica no desaparece del todo —seguramente nunca—; seguirá presente, pero irá adquiriendo elementos nuevos que no harán sino transformar y enriquecer sus raíces. Algunos de los mejores cuentos fantásticos se escriben precisamente durante el periodo en que triunfan las novelas realista y naturalista. Fuera de nuestras fronteras, sirvan como ejemplo ilustrativo los nombres de Balzac, Henry James, Dickens o Maupassant.

Aquí en España, autores que hoy día consideramos plenamente “realistas”, se sintieron atraídos por la literatura fantástica. Como una especie de legado oscuro y olvidado, hallamos maravillosos ejemplos de relatos fantásticos; escritores de la talla de Vicente Blasco Ibáñez, Clarín, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós o Pedro Antonio de Alarcón, así lo atestiguan.

Este último, encarna a la perfección los cambios acaecidos en el último tercio del XIX. Personaje fronterizo, rebelde en su juventud, conservador en la madurez, el granadino Pedro Antonio de Alarcón que, a diferencia de su coetáneo Bécquer, conoció el éxito de crítica y público en vida —hasta fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua—, creó una obra cuentística realmente admirable. No en vano, él mismo valoró siempre más sus relatos cortos que sus novelas.

Entre 1881 y 1882 aparecen tres colecciones que recogen todas sus narraciones breves: Cuentos amatorios, Historietas nacionales e Historias inverosímiles.

A grandes rasgos, los aspectos que reflejan la evolución del estilo de Alarcón frente al ideal romántico —que mantiene también en algunos aspectos como por ejemplo sus personajes femeninos, muy “arquetípicos”, en la línea de otros autores como W. H. Hodgson— son:
Primero: El fenómeno sobrenatural se produce en un mundo que refleja fielmente la vida cotidiana, aproximándose así al lector (canon que defiende el inglés M.R. James).
Segundo: Lo sobrenatural irrumpe sembrando dudas en el lector, cuestionando una visión positivista de la realidad.
Tercero: El fenómeno sobrenatural ya no es definido con nombres concretos (vampiro, demonio, fantasma…), sino que se torna vago y confuso; el propio escritor no acierta a definirlo (en el periodo realista se habla de visiones, apariciones etc…). Así, en el magistral e inolvidable relato de terror La mujer alta, el protagonista se pregunta angustiado ante lo inexplicable:

“¿Es Satanás? ¿Es la muerte? ¿Es la vida? ¿Es el Anticristo? ¿Quién es? ¿Qué es?”

No creo exagerado afirmar que estamos ante un pionero en muchos aspectos, a la altura de los mejores, y al que mucho debemos. Sus relatos son un placer para el lector: fluidos, amenos, entrañables, urdidos con inteligencia y maestría.

Finalmente, cabe destacar entre su variada producción, además de historias terroríficas, interesantes incursiones en el género policial (El clavo), la historia nacional (El carbonero alcalde), o el costumbrismo (La buenaventura).

Sólo los grandes permanecen incólumes. Merece la pena descubrirlos.

miércoles, 29 de junio de 2011

M.R. JAMES, MAESTRO DEL CUENTO DE FANTASMAS

“¿Creo yo en fantasmas?...Estoy dispuesto a tomar en consideración cualquier testimonio, y aceptarlo si lo encuentro convincente”.

No siempre el escritor de relatos terroríficos es un hombre acuciado por sus propios demonios. Lejos de la imagen —a veces mitificada en exceso— de autores como Poe, Lovecraft o Robert E. Howard, surge entre el elenco de cultivadores del género espectral, el arqueólogo inglés Montague Rhodes James (1862-1936).

La afición de James por contar cuentos de fantasmas en Navidad —que hunde sus raíces en la entrañable tradición oral—, fue dando paso a la invención de sus propias historias, hasta el punto de convertirse en un modelo para otros autores (especialmente E. F. Benson, al que dediqué un artículo en noviembre de 2010).

James deja definitivamente atrás la “aparición gótica” y crea una imagen completamente nueva, moderna y dispar del espíritu sobrenatural, alejado de palidez, cadenas o pasadizos. Con frecuencia James sugiere, más que describe; unas pinceladas le bastan para “retratar” al espectro. El fantasma puede adoptar las formas más excéntricas: una sábana, un papel o un grabado. Sus historias son abordadas como un gratificante divertimento, de un modo ligero, cercano y casual, salpicado de guiños o alocuciones al lector, con un toque delicioso de humor y un extraordinario dominio de los pasajes sobre catedrales, bibliotecas, archivos, viejos manuscritos o restos arqueológicos —en todos ellos queda patente la formidable erudición de James; no olvidemos que fue director del prestigioso y elitista Eton College—. En este sentido, cabe destacar su gusto por introducir o citar libros o documentos, inventados o reales (ejemplo que tendrá una influencia decisiva en H.P. Lovecraft).

Actualmente, rara es la antología que no incluya algún relato de M. R. James. Pese a carecer de la fuerza que tenían sus contemporáneos —pensemos por ejemplo en el “círculo lovecraftiano”—, la ausencia de atmósferas opresivas, profundidad psicológica o golpe de efecto, resulta obvio que la fórmula empleada por el británico ha llegado intacta a nuestros días, situándolo entre los grandes del género, cuya lectura sigue siendo un placer para los amantes del cuento espectral.

Tres son los ingredientes que a juicio de este escritor ha de tener todo buen relato macabro, a saber:
Primero. Dosis de realismo, es decir, ambientarse en un marco familiar a la época moderna (para acercarse más a la experiencia del lector).
Segundo. Los fenómenos espectrales han de ser malévolos, no benéficos (el objetivo es suscitar el miedo)
Tercero. Evitar los tecnicismos “ocultistas” o “pseudocientíficos”, pues restan verosimilitud al mismo.

Como el propio James señala "no existe una receta más eficaz que otras para triunfar en este género de ficción. El juez último es el público: si le gusta está bien; si no le gusta, no sirve de nada explicarle por qué debería gustarle".

Ahora juzguen ustedes.

miércoles, 15 de junio de 2011

PESADILLAS



Oscuridad.


Atraviesan el pasillo
con pasos furtivos;
de pronto se elevan,
inician su danza macabra.

Te asaltan, te atrapan,
te agitan, te ahogan...

Cambian el orden,
vuelcan las formas,
tiñen los ojos.

Caes.
Insoportable agonía,
respiración jadeante,
sudor frío.

Un sobresalto.
Otra vez estás despierto.

viernes, 3 de junio de 2011

MALA CAÍDA, publicado por la revista balear inmediatika.es

Para todos los que me acompañáis en esta aventura literaria, quiero compatir con vosotros el relato Mala Caída, que ha sido seleccionado en la 4ª Edición Premios Mallorca Fantástica y publicado en la revista In-mediatika.
Me encantaría que dierais vuestra sincera opinión sobre él.

Aquí teneis el enlace para poder leerlo:

www.inmediatika.es/products/relato-mala-caida-de-eduardo-moreno-alarcon-/


Eduardo Moreno Alarcón.

jueves, 19 de mayo de 2011

TU ÚLTIMO INSTANTE

Han roto los oscuros ventanales,
han salido a cazar,
grotescos rugen con fuerza,
sus presas van a buscar.

Tras sus ojos perversos
hay una furia lasciva,
reflejo de muertes pasadas
que aún nadie olvida.

Vagos horrores inundan las almas,
se mascan yugo y acero,
vacías quedan las casas,
desiertos están los senderos.

Caminan con impasible sigilo
invadiendo todo lugar,
atacan de día o de noche,
¡no puedes escapar!


Eduardo Moreno Alarcón.

viernes, 29 de abril de 2011

APUNTES DEL SUBSUELO

Permítanme, señores, hacerles una vergonzosa confesión. Yo, que, en su día, estudié psicología, yo, que he tenido la ocasión de ejercer a intervalos irregulares esta “extraña ciencia”—a veces incluso con honroso resultado—, yo, digo, soy incapaz de leer dos líneas seguidas de cualquier manual o libro “especializado” sin proferir un bostezo monumental. El mero hecho de acercarme hasta un estante —casi siempre de un blanco “quirofanesco”— en cuya parte superior reza: “Psicología”, “Ciencias sociales”, “Ciencias de la salud”, o como diablos quieran rotularla, me produce una fatiga insoportable. Por así decirlo, me agoto con sólo echar un vistazo a las repisas atestadas; es como una montaña que quisiera engullirme. Les ruego, señores, consideren estos extravíos propios de un alma confusa, aturdida y, desde luego, poco práctica. Lejos de mi intención causar la menor ofensa a mis colegas, pues, como dije al principio, esta declaración me sonroja.


Pero hete aquí una curiosa paradoja: si alguna vez alguien me pidiera opinión sobre la materia en cuestión, no dudaría ni un segundo; mi respuesta sería rápida e inequívoca: “Si quieres saber algo de la psique humana, lee cualquier obra de Fiódor Dostoyevski”.

Nunca antes un escritor se había sumergido de modo más sincero, hondo, admirable y universal en la mente del hombre. El grado en que Dostoyevski capta, comprende, perfila, define y trasmite conductas, emociones, razonamientos, o contradicciones humanas, no tienen parangón en la literatura, y dejarán una profunda huella en figuras posteriores de la talla de Franz Kafka, Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche, Albert Camus o Miguel de Unamuno (por citar sólo algunos).

Tal es la maestría con la que refleja el alma de sus personajes que éstos palpitan en sus escritos, dotados de asombrosa vida propia. Muestra evidente son sus inolvidables Rodion Raskolnikov (Crimen y Castigo) o Lev Nikoláyevich Mishkin (El idiota).

Si en León Tolstoi —otro genio universal ruso— prevalece la “arquitectura literaria”, el diseño de un universo completo y el retrato coral e incomparable de sus múltiples habitantes, Dostoyevski centra la acción en torno al complejo mundo interior de sus protagonistas, cuya personalidad describe hasta el más mínimo detalle. Así como el primero retrata como nadie la aristocracia y la nobleza, el segundo nos ofrece una visión incomparable de las gentes más pobres y miserables de su tiempo.

La vida de Dostoyevski, plagada por toda clase de avatares e infortunios, parece entresacada de una de sus grandes novelas. Un padre de carácter brutal, deudas de juego, epilepsia, depresiones, asma, condena a muerte conmutada poco antes de la ejecución, cuatro años en Siberia, éxito efímero con su primera obra Pobres gentes, fracasos literarios, pérdida temprana de dos hijos, la muerte el mismo año de su esposa y su hermano, y el reconocimiento final, marcaron la existencia uno de los mayores genios que haya dado la literatura universal.

De toda su impresionante obra, quizá el relato más desgarrador, sorprendente, profundo y rompedor, sea Apuntes del Subsuelo. En él, Dostoyevski disecciona la psique del protagonista, ejemplo del “antihéroe”, un “hombre subterráneo” que escribe sus memorias encerrado en el subsuelo y que no deja “títere con cabeza”, criticando ferozmente la hipocresía de románticos y racionalistas. Un ser que despierta en el lector los sentimientos más ambiguos.
¿Se trata un enfermo? ¿Un loco? ¿Un resentido? ¿Un envidioso? ¿El más sincero de los hombres?

Quizá esta frase nos ofrezca una alguna respuesta:
 

“Les juro, señores, que tener una conciencia sobradamente sensible es una enfermedad, una verdadera y auténtica enfermedad. Para la vida humana común y corriente basta y sobra con una conciencia ordinaria, o sea, con la mitad o la cuarta parte de la porción que le ha tocado al hombre culto de nuestro malhadado siglo XIX”.

Mediten sobre ello.

lunes, 18 de abril de 2011

EL ESCARABAJO DE PRAGA

 


“Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquieto, se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto”.
Acaso sea este comienzo de relato el más universal y controvertido que haya dado la literatura de todos los tiempos, tanto como lo es su propio creador, el checo Franz Kafka.
La obra de Kafka admite tantas lecturas como críticos se embarquen en la ardua tarea de desentrañar sus misterios. Y es precisamente ese legado críptico, insólito, ambiguo, extravagante, onírico, angustioso, irónico, intenso, conmovedor, el que sigue fascinando a lectores y críticos de todo el mundo.
Al margen de las múltiples interpretaciones que se han hecho entorno a su obra —hay para todos los gustos—, lo que sí parece obvio es que a través de los escritos de Kafka, contemplamos el reflejo de una forma única de “sentir” y “estar” en el mundo. Miedos, luchas, complejos, anhelos, sufrimientos, denuncias, todo ello se entremezcla en la compleja mente del autor, configurando un universo personal y peculiar, tan influyente que ha dado lugar al uso del término “kafkiano” para denominar situaciones “absurdamente complicadas o extrañas”.
Y es que Kafka aúna en su proceso creativo técnica narrativa e ingeniosa originalidad. La frontera entre lo terreno y lo ultra terreno desaparece bajo el poderoso influjo del mundo onírico, verdadera piedra angular de muchos de sus relatos. Quizá tenga algo que ver el hecho de que escribiera siempre durante las horas nocturnas (sacrificando su salud, pues durante el día el trabajo lo absorbía de tal modo que no le dejaba tiempo para escribir).
“Soy extraordinario en ver los fantasmas de la noche en el desvalimiento y en la confianza ciega del sueño, aunque también poseo la virtud de encontrármelos simultáneamente en la realidad…”
Así sucede en piezas memorables como La metamorfosis, Un médico rural o La guarida, en los cuales Kafka muestra una asombrosa maestría para convertir en “cotidianos” hechos extraordinarios e inexplicables.
Otro elemento presente en muchos de sus cuentos —y que contrasta vivamente con su imagen de hombre triste y taciturno— es el sentido del humor, expresado mediante una ironía deliciosa, como en Informe para una academia, o Blumfeld, un soltero de cierta edad. En un pasaje afirma lo siguiente: “Por naturaleza siempre estamos próximos a reírnos; a pesar de todas las miserias de nuestra vida, siempre tenemos a punto una ligera sonrisa…”
No parece suceder lo mismo en sus novelas, escritas en tono más grave. A excepción de América (nombre que se debe a su amigo y editor Max Brod, pues Kafka la tituló El olvidado), algo más desenfadada, tanto en El castillo como en El proceso dominan las atmósferas opresivas y angustiosas, entornos donde el hombre es víctima de los avatares sociales más absurdos e incomprensibles.
Quizá, del mismo modo que la vida no está hecha para ser entendida sino para ser vivida, la obra de Kafka no fuera escrita para ser analizada, sino sentida y, sobre todo, disfrutada.
En una carta dirigida a Felice Bauer —con quien mantuvo una compleja relación amorosa que nunca cuajó en matrimonio—, escribió, a propósito de La condena (su trabajo más querido y apreciado):
“¿Encuentras algún sentido en La condena, algo coherente, consecuente? Yo no lo encuentro y no puedo explicar nada”.
Tal vez estemos cegados de espesura y no apreciemos el maravilloso bosque que, a menudo, nos rodea.










lunes, 28 de marzo de 2011

EL QUIMÉRICO INQUILINO


Cuando esta historia cayó en manos de Roman Polansky, el director francés (judío de origen polaco al igual que el autor de la novela) quedó tan fascinado por ella que decidió hacer una adaptación cinematográfica protagonizada por él mismo en el año 1976.

Confieso que no he visto la película. Mi interés se ha dirigido siempre hacia el libro. Como un extraño influjo, hace tiempo que empecé a sentirme atraído por él. Intuía que algo insospechado e inquietante se ocultaba en sus páginas. No me equivoqué: ha sido un descubrimiento fascinante.

Esta primera novela (1964) del polifacético —dibujante, dramaturgo, guionista, novelista y ante todo espíritu libre— Roland Topor es como un chispazo que recorre la médula espinal del lector hasta impactar en su cerebro. Narrada con pulso vibrante, el autor nos sumerge en una trama eléctrica cuya tensión va siempre in crescendo. Fiel a su carácter indómito y sin complejos, Topor salpica la narración con dosis de humor negro, escatología y fuerte carga erótica.

El terror, como un velo opresivo, siempre está presente. Poco a poco la pesadilla adquiere un carácter delirante que se adueña por completo del protagonista, el joven parisino Trelkovsky. Asistimos angustiados al progresivo e imparable aniquilamiento psicológico y a la «disolución» física del personaje. De este modo, Topor estremece al lector, víctima del sufrimiento de Trelkovsky, atrapado en una lucha desesperada por mantener alejado el fantasma de la locura.

Conforme llegamos al desenlace se suceden las escenas más demenciales y enloquecidas; el horror alcanza un grado casi insoportable y este clímax te deja pegado a sus páginas. Un final magistral, un giro devastador y sugerente, elevan el relato a la categoría de auténtica obra maestra.

A propósito de Roland Topor dice su amigo Fernando Arrabal (fundador junto a éste y Jodorowsky en 1960 del “Grupo Pánico”, movimiento vanguardista y surrealista):

“Topor desconcierta e inquieta porque nos revela que el misterio más concreto es el hombre”.

Y así queda patente en esta historia psicológica y obsesiva cuyo misterio parece aglutinarse en la mente de un hombre común.

¿No será lo que percibimos una pura ficción?



sábado, 12 de febrero de 2011

OSKAR PANIZZA, EL ALIENISTA INDOMABLE

A semejanza de uno de sus personajes, la vida de Oskar Panizza estuvo siempre marcada por la lucha contra el rígido, anodino y hostil mundo exterior. Rebelde, transgresor, sarcástico, su obra El concilio del amor (publicada en Zürich en 1894) desencadenó una represión sin precedentes en Alemania. La causa de esta persecución —estatal y familiar— fue su insólita e irreverente versión de la Trinidad cristiana. El drama acontece a finales del siglo XV. Ante los abusos del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) y su corte, un Dios decrépito, una Virgen María lasciva y un Jesucristo tísico deciden castigar a la humanidad enviándole la sífilis.

Panizza fue condenado a un año de prisión en una celda individual y a correr con los gastos de su estancia en la cárcel. De nada sirvió la grave enfermedad que padecía en las piernas ni el recurso que interpuso su abogado —que alegó “trastornos mentales”—, lo cual, lejos de ayudarle, influiría en su trágico futuro.

Sin embargo, cumplida la condena en Baviera (su ciudad natal) y exiliado en Zürich, el subversivo autor germano escribió dos nuevas versiones de esta obra —aún más incendiarias—. Como era de esperar, la recalcitrante Suiza halló el modo de expulsar a este “incómodo huésped”. Cada vez más acosado, Oskar trata de buscar refugio en Paris. Acuciado por la penuria económica, su vida en la capital francesa transcurre solitaria y penosa. Hasta aquí trató de llegar la censura que perseguía su figura desde Europa central.


El culmen de este acoso se produjo con la publicación de su poemario Parisjana (1906), que dio lugar a la confiscación de todos sus bienes.
Sin recursos, abatido y hastiado, regresa a Alemania para entregarse a las autoridades. Poco después los tribunales lo incapacitan aduciendo enfermedad mental. Como si fuera una caústica burla ideada por el propio Panizza, él, médico psiquiatra (profesión que dejó para entregarse a su pasión literaria), acabó sus días encerrado en un manicomio.

Los cuentos de Oskar Panizza, deudores de la tradición romántica alemana, siguen la estela de su admirado E.T.A. Hoffmann y del omnipresente Edgar Allan Poe. Suponen una de las contribuciones más admirables que hayan dado las letras germánicas a la literatura fantástica.

 
Dotado de un finísimo sentido del humor —tendente a lo sarcástico—, un marcado acento anticlerical y un excelso domino de la psique humana, sus historias son agudas, divertidas e inquietantes. Panizza juega con el lector narrando siempre en primera persona (como Poe, Maupassant o Hoffmann), insertando elementos “ambiguos” o “alucinatorios” en la percepción del protagonista que conducen irremisiblemente a la escisión de lo real.

La locura es el fantasma de una condena interior, un espanto del que no es posible huir. Asistimos a una pugna permanente entre el mundo íntimo (lleno de colorido) y el universo social (gris), tal como refleja en Fritz Corsés.

Panizza se muestra siempre crítico con la decadencia moral del hombre, idea que expone en relatos como el impactante La posada de la Trinidad (una especie de versión corta de El concilio del amor) o su anticipatorio La fábrica de hombres, que además de una honda reflexión ética, supone su incursión en el campo de la ciencia ficción.

Genio y locura suelen ir a menudo de la mano. Oskar Panizza fue un ser libre, combativo y apasionado. ¿Imaginan cómo debió sentirse aquel paciente cuerdo acorralado por una sociedad enferma?

miércoles, 2 de febrero de 2011

W.H. HODGSON, SEÑOR DE LOS OCÉANOS

Si hay un escritor en la historia que haya sabido conjugar la fantasía sobrenatural con el vasto universo marino, ése es, sin duda, William Hope Hodgson.
A los 14 años, la sed de aventura condujo al joven inglés a abandonar el colegio para enrolarse como grumete. Sin embargo, hubo de sobrevivir en medio de un mundo rudo, zafio y violento: los lobos de mar, “aquella chusma de tarugos náuticos”, marcarían hondamente su carácter. Para aquel chico menudo, inteligente, sensible y guapo, fue una lucha sin cuartel. Fruto de ello comenzó a ejercitar sus músculos hasta convertirse en un hombre de acero (clara similitud con Robert E. Howard). También se interesó por la fotografía, llegando a ser todo un experto (incluso montó su propio estudio a bordo). Sus instantáneas aún resultan sorprendentes.
Tras ocho años surcando los océanos del mundo, primero como aprendiz, y más tarde como oficial, hastiado de aquella “vida de perros”, Hodgson desembarca en tierra dejando para siempre la insondable compañía de las aguas.
A fin de ganarse la vida, decidió abrir un gimnasio. No obstante, el negocio no daba lo suficiente y se vio abocado a buscar otras alternativas. Suscrito a revistas de la época, escribe sus primeros artículos y da conferencias (sobre cultura física o temas marinos). Llega así la publicación de su primer relato fantástico en 1904. Al año siguiente aparece el cuento Un horror tropical en la prestigiosa revista The Grand Magazine, que incluía autores de la talla de Joseph Sheridan Le Fanu o H.G. Wells (al que Hodgson admiraba y a quien llegó a conocer personalmente). Desde entonces viviría consagrado a su trabajo literario.
¿Qué tienen de especial sus relatos ambientados en el mar? En mi opinión, su asombrosa fuerza y su incuestionable autenticidad. La capacidad del inglés para crear atmósferas opresivas, para envolver y sugerir horrores indecibles, o concebir todo tipo de criaturas monstruosas, alcanzan las cima del terror universal.
Muestra de ello son historias como Una voz en la noche, verdadera obra maestra que aúna tensión, dramatismo, sugerencia y horror (inspirando al autor pulp Philip M. Fisher a escribir una continuación —muy inferior— titulada La isla de los hongos); La nave abandonada, prodigio de ambiente angustioso en el que el orden natural se invierte, Demonios del mar, intensa y evocadora, o Desde el mar sin mareas, impactante y desgarrador relato cuyo final deja sin aliento.
Pero no todas sus historias son exclusivamente terroríficas: Hodgson también inserta con maestría dosis de aventura, humor, misterio o elementos detectivescos (uno de sus personajes más conocidos es Carnaki, “caza fantasmas” al estilo Jules de Grandin o John Silence). Precisamente el que aparezcan explicaciones pseudocientíficas o biológicas lo enmarca —según estudiosos como Rafael Llopis— en el “cuento materialista de terror”.
Mención aparte merecen sus novelas. La trilogía formada por Los botes del Glen Garrig, La casa en el confín de la tierra y Los piratas fantasmas constituyen, —sobre todo las dos últimas—, un portento del horror sobrenatural, lectura imprescindible para todo buen aficionado a la literatura fantástica.
Trascurría el año 1914. Instalado con su esposa Betty en Francia —más barata entonces que Inglaterra—, era el momento de mayor madurez literaria de Hodgson. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial cortó este fructífero periodo. William volvió a la patria para alistarse en el cuerpo de caballería (lo más lejos posible del mar). En 1917 regresa a Francia con su batallón. Finalmente, en abril de 1918, una granada alemana volatilizó su cuerpo, privándonos para siempre de uno de los mejores maestros que ha dado el género fantástico.
Aunque cerca estuvo varias veces, La Mar, esa Madre sobrecogedora, susurrante y primigenia, no pudo llevárselo a su seno. Ni un solo resto de aquel fornido hombre quedó para ser enterrado en el campo de batalla.
Me estremezco cada vez que leo las líneas que, poco antes de hallar su muerte, escribió a su madre desde las trincheras.

“Si sobrevivo y, de alguna manera puedo salir de aquí (y, por favor Dios, espero que así sea), qué libro podría escribir si mi “vieja” habilidad con la pluma no me ha abandonado”.

lunes, 17 de enero de 2011

H.P.LOVECRAFT: LOS MITOS DE CTHULHU (II)

A principios del siglo XX, el cuento de miedo sufrió una honda mutación. El artífice de este cambio fue Arthur Machen. Éste abandona por completo la escenografía romántica (castillos, mazmorras, la noche, los muertos…) para adentrarse en los misterios paganos de su Gales natal. Machen bucea en las raíces celtas, reviviendo cultos, magia, rituales y criaturas míticas (hadas, ninfas, Dôls o faunos). Como resultado, el horror retrocede hacia un pasado bárbaro y oscuro. Pero esta verdad terrible permanece olvidada; sólo en el saber antiguo puede hallarse algún rastro escondido.


El influjo de Machen es decisivo para el desarrollo de los Mitos. Por citar algún ejemplo, en su relato El pueblo blanco, el escritor galés introduce elementos tales como “El lenguaje Aklo” o “El reino de Voor”. Ambas referencias aparecen también en El horror de Dunwich de Howard Phillips Lovecraft.


Inspirado igualmente en la deliciosa mitología del irlandés Lord Dunsany —con aspectos que anticipan la Tierra Media de J.R.R. Tolkien—, Lovecraft da un paso hacia el mundo onírico, dejando atrás el terror gótico de su juventud. Los sueños se convierten en el camino para llegar a un universo místico. Un forma idónea para canalizar sus propias pesadillas. Así, las vivencias oníricas se convierten en el vehículo principal de los Mitos. “En su morada de R´lyeh, Cthulhu muerto aguarda soñando”.


Sin embargo, esta fase poética durará poco. Necesitado de mayor veracidad, acude en busca de nuevos elementos como la razón y la ciencia. A partir de ahora sus cuentos transcurren en Nueva Inglaterra. El solitario de Providence regresa de este modo a escenarios más cercanos y reales.

En su memorable relato La llamada de Cthulhu (1926), los Mitos adquieren su forma definitiva y madura. La idea cuaja entre los seguidores de Lovecraft, surgiendo aportaciones como Los perros de Tíndalos (1929) de Frank Belknap Long, La piedra negra (1931) de Robert E. Howard, El vampiro estelar (1935) de Robert Bloch o Las ratas del cementerio (1936) de Henry Kuttner.

Poco a poco la leyenda cobra visos de verdad. El horror se inocula en la mente de los hombres a través de un conjunto de elementos blasfemos: grabados, esculturas, rituales, puertas interestelares o libros “aborrecibles” (como el espantoso Necronomicón), son elementos que aportan autenticidad por su enorme profusión y detallismo, al tiempo que sugieren espantos inconcebibles, aquellos que una mente cuerda, no debería admitir.

domingo, 2 de enero de 2011

UN PASEO POR EL ROMANTICISMO ALEMÁN



Les propongo dar una vuelta por el pasado. Seguro que el maestro H.G. Wells nos echa una mano: me parece que aquel trasto de finales del siglo XIX, aquella máquina del tiempo, aunque herrumbrosa y polvorienta, aún está en uso. Cuidado con la cabeza, damas y caballeros. ¿Están cómodos? Muy bien, vamos allá: retrocedamos, pues, en el tiempo. ¿Cómo iba este cacharro? Me parece que era aquí, sí, eso es, la aguja hacia el siglo XVIII, «el siglo de las luces».

Bueno, pues ya hemos llegado. Como habrán advertido, estamos en Europa, una Europa que late con el pulso de la Ilustración. Razón frente a tinieblas, pensamiento frente a ignorancia y tiranía; movimiento cuya semilla germinaría a partir del modelo «racionalista» en virtud de la idea propuesta, ya un siglo antes, por el filósofo francés René Descartes.
A propósito de esta nueva corriente, Emmanuel Kant —el célebre «reloj de Königsberg»— opinaba en estos términos:

«La Ilustración significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo es culpable. Puerilidad es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena».
Después de meditar sobre esta disquisición, yo me pregunto, ¿realmente hemos viajado en el tiempo? ¿No será que el armatoste del buen Wells ya no funciona?
(Disculpen ustedes estos desvaríos, fruto a todas luces del jet lag temporo-espacial.)

A lo que íbamos. Momento histórico dominado por el pensamiento ilustrado. No es de extrañar, por tanto, que en este periodo, «romántico» equivaliera a «irreal», «exagerado» o «fantástico». Algo similar ocurre con el término «gótico», que servía para definir lo “caótico”, lo “salvaje” o lo “incivilizado”; en definitiva, algo contrario al orden razonable.

—El caso es que yo hace tiempo que deje de hacer (no digamos ya  pensar) algo «razonable»—.
Sin embargo, entre 1780 y 1790 comenzó a gestarse un viraje sorprendente. De pronto, aquellos elementos denostados cobraron un gran peso cultural gracias precisamente al «vigor» de lo salvaje frente a la luz de la razón, ésa que, poco a poco, agonizaba mortecina. Lo gótico se transformó en algo valioso. Y así, como reacción al corsé racional, nació un nuevo movimiento que pronto se extendería por el viejo continente, el Romanticismo.

Surgido en Alemania, el poeta Heinrich Heine lo define como “una obsesión alemana con consecuencias europeas”. Así mismo, Friedrich Schlegel afirma: “lo romántico es lo poético”, ensalzando la superioridad del espíritu, de la fuerza creativa y de la fantasía sobre la realidad. Su amigo, el poeta Novalis, propone “poetizar” el mundo, dando a lo cotidiano un sentido “elevado”. Para despertar el sentido de lo maravilloso o lo infinito, empleará un término clave en la literatura: el Realismo Mágico. La huella indeleble de este concepto podemos rastrearla en acepciones posteriores como “Realismo fantástico”, empleado por H. P. Lovecraft, “Lo científico-maravilloso”, acuñado por Maurice Renard, o el muy atinado y sugerente “Realismo Quebradizo” de José María Merino (uno de nuestros grandes escritores contemporáneos).

Para los románticos, el arte se convierte en una «segunda naturaleza» del ser humano. Se ensalza la pureza del alma. Como plantea Novalis, hay que lograr la “potenciación cualitativa” de la realidad, rompiendo el sentido atrofiado del hombre para ver o captar lo invisible, lo improbable. Esta misma idea será retomada, ya en el siglo XX, por el galés Arthur Machen: “Nuestros sentidos superiores están embotados, estamos empapados de materialismo…"

Relatos fantásticos como Ondina, El cascanueces y el rey de los ratones, El rubio Eckbert, La maravillosa historia de Peter Schlemihl, La mandrágora, La estatua de mármol o Los Elixires del Diablo, son reflejo de esta admirable propuesta ética y artística que abarca todos los campos artísticos.

La tarde declina. Es hora de regresar a casa. Confiemos en la tecnología ideada por el ilustre escritor británico para regresar al presente sin sobresaltos. No, no, lo siento pero no pueden quedarse: normas de la agencia de viajes, supongo.

De vuelta a mi hogar, en el incierto siglo XXI, me planteo si la verdadera realidad no estará siempre más allá: olvidemos por un momento el mensaje distorsionado de nuestros sentidos y veamos el mundo tal como es.