lunes, 17 de enero de 2011

H.P.LOVECRAFT: LOS MITOS DE CTHULHU (II)

A principios del siglo XX, el cuento de miedo sufrió una honda mutación. El artífice de este cambio fue Arthur Machen. Éste abandona por completo la escenografía romántica (castillos, mazmorras, la noche, los muertos…) para adentrarse en los misterios paganos de su Gales natal. Machen bucea en las raíces celtas, reviviendo cultos, magia, rituales y criaturas míticas (hadas, ninfas, Dôls o faunos). Como resultado, el horror retrocede hacia un pasado bárbaro y oscuro. Pero esta verdad terrible permanece olvidada; sólo en el saber antiguo puede hallarse algún rastro escondido.


El influjo de Machen es decisivo para el desarrollo de los Mitos. Por citar algún ejemplo, en su relato El pueblo blanco, el escritor galés introduce elementos tales como “El lenguaje Aklo” o “El reino de Voor”. Ambas referencias aparecen también en El horror de Dunwich de Howard Phillips Lovecraft.


Inspirado igualmente en la deliciosa mitología del irlandés Lord Dunsany —con aspectos que anticipan la Tierra Media de J.R.R. Tolkien—, Lovecraft da un paso hacia el mundo onírico, dejando atrás el terror gótico de su juventud. Los sueños se convierten en el camino para llegar a un universo místico. Un forma idónea para canalizar sus propias pesadillas. Así, las vivencias oníricas se convierten en el vehículo principal de los Mitos. “En su morada de R´lyeh, Cthulhu muerto aguarda soñando”.


Sin embargo, esta fase poética durará poco. Necesitado de mayor veracidad, acude en busca de nuevos elementos como la razón y la ciencia. A partir de ahora sus cuentos transcurren en Nueva Inglaterra. El solitario de Providence regresa de este modo a escenarios más cercanos y reales.

En su memorable relato La llamada de Cthulhu (1926), los Mitos adquieren su forma definitiva y madura. La idea cuaja entre los seguidores de Lovecraft, surgiendo aportaciones como Los perros de Tíndalos (1929) de Frank Belknap Long, La piedra negra (1931) de Robert E. Howard, El vampiro estelar (1935) de Robert Bloch o Las ratas del cementerio (1936) de Henry Kuttner.

Poco a poco la leyenda cobra visos de verdad. El horror se inocula en la mente de los hombres a través de un conjunto de elementos blasfemos: grabados, esculturas, rituales, puertas interestelares o libros “aborrecibles” (como el espantoso Necronomicón), son elementos que aportan autenticidad por su enorme profusión y detallismo, al tiempo que sugieren espantos inconcebibles, aquellos que una mente cuerda, no debería admitir.

domingo, 2 de enero de 2011

UN PASEO POR EL ROMANTICISMO ALEMÁN



Les propongo dar una vuelta por el pasado. Seguro que el maestro H.G. Wells nos echa una mano: me parece que aquel trasto de finales del siglo XIX, aquella máquina del tiempo, aunque herrumbrosa y polvorienta, aún está en uso. Cuidado con la cabeza, damas y caballeros. ¿Están cómodos? Muy bien, vamos allá: retrocedamos, pues, en el tiempo. ¿Cómo iba este cacharro? Me parece que era aquí, sí, eso es, la aguja hacia el siglo XVIII, «el siglo de las luces».

Bueno, pues ya hemos llegado. Como habrán advertido, estamos en Europa, una Europa que late con el pulso de la Ilustración. Razón frente a tinieblas, pensamiento frente a ignorancia y tiranía; movimiento cuya semilla germinaría a partir del modelo «racionalista» en virtud de la idea propuesta, ya un siglo antes, por el filósofo francés René Descartes.
A propósito de esta nueva corriente, Emmanuel Kant —el célebre «reloj de Königsberg»— opinaba en estos términos:

«La Ilustración significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo es culpable. Puerilidad es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena».
Después de meditar sobre esta disquisición, yo me pregunto, ¿realmente hemos viajado en el tiempo? ¿No será que el armatoste del buen Wells ya no funciona?
(Disculpen ustedes estos desvaríos, fruto a todas luces del jet lag temporo-espacial.)

A lo que íbamos. Momento histórico dominado por el pensamiento ilustrado. No es de extrañar, por tanto, que en este periodo, «romántico» equivaliera a «irreal», «exagerado» o «fantástico». Algo similar ocurre con el término «gótico», que servía para definir lo “caótico”, lo “salvaje” o lo “incivilizado”; en definitiva, algo contrario al orden razonable.

—El caso es que yo hace tiempo que deje de hacer (no digamos ya  pensar) algo «razonable»—.
Sin embargo, entre 1780 y 1790 comenzó a gestarse un viraje sorprendente. De pronto, aquellos elementos denostados cobraron un gran peso cultural gracias precisamente al «vigor» de lo salvaje frente a la luz de la razón, ésa que, poco a poco, agonizaba mortecina. Lo gótico se transformó en algo valioso. Y así, como reacción al corsé racional, nació un nuevo movimiento que pronto se extendería por el viejo continente, el Romanticismo.

Surgido en Alemania, el poeta Heinrich Heine lo define como “una obsesión alemana con consecuencias europeas”. Así mismo, Friedrich Schlegel afirma: “lo romántico es lo poético”, ensalzando la superioridad del espíritu, de la fuerza creativa y de la fantasía sobre la realidad. Su amigo, el poeta Novalis, propone “poetizar” el mundo, dando a lo cotidiano un sentido “elevado”. Para despertar el sentido de lo maravilloso o lo infinito, empleará un término clave en la literatura: el Realismo Mágico. La huella indeleble de este concepto podemos rastrearla en acepciones posteriores como “Realismo fantástico”, empleado por H. P. Lovecraft, “Lo científico-maravilloso”, acuñado por Maurice Renard, o el muy atinado y sugerente “Realismo Quebradizo” de José María Merino (uno de nuestros grandes escritores contemporáneos).

Para los románticos, el arte se convierte en una «segunda naturaleza» del ser humano. Se ensalza la pureza del alma. Como plantea Novalis, hay que lograr la “potenciación cualitativa” de la realidad, rompiendo el sentido atrofiado del hombre para ver o captar lo invisible, lo improbable. Esta misma idea será retomada, ya en el siglo XX, por el galés Arthur Machen: “Nuestros sentidos superiores están embotados, estamos empapados de materialismo…"

Relatos fantásticos como Ondina, El cascanueces y el rey de los ratones, El rubio Eckbert, La maravillosa historia de Peter Schlemihl, La mandrágora, La estatua de mármol o Los Elixires del Diablo, son reflejo de esta admirable propuesta ética y artística que abarca todos los campos artísticos.

La tarde declina. Es hora de regresar a casa. Confiemos en la tecnología ideada por el ilustre escritor británico para regresar al presente sin sobresaltos. No, no, lo siento pero no pueden quedarse: normas de la agencia de viajes, supongo.

De vuelta a mi hogar, en el incierto siglo XXI, me planteo si la verdadera realidad no estará siempre más allá: olvidemos por un momento el mensaje distorsionado de nuestros sentidos y veamos el mundo tal como es.