martes, 23 de noviembre de 2010

MALPERTUIS

Desde su origen, el hombre se ha hecho preguntas. Huyendo —a veces con auténtico pavor— de lo ignoto, los seres «racionales» han cavilado sobre el arcano de la existencia, imbuidos en una afanosa búsqueda de sentido, de argumentos que explicaran (siquiera parcialmente) el mundo y, sobre todo, que arrojaran alguna luz sobre el papel que el ser humano juega —si es que juega alguno, al margen de romper el equilibrio natural— en él.
 
      Quizá las primeras hipótesis brotaron del propio miedo al caos, a ese universo desconocido y tantas veces hostil. Seguramente de esta forma, sencilla, simbólica, natural, surgieron las primeras deidades: respuesta a los caprichos naturales, reflejo antropomorfo de unos seres (primates) desvalidos, espejo en que mirarse, entes tangibles a quien temer, ofrendar, maldecir o rogar.
 
      Con el trascurrir del tiempo, esta superstición atávica acabaría derivando, indefectiblemente, en culto religioso. Las religiones monoteístas, cada vez más poderosas, se erigieron en adalides de la Verdad. Como consecuencia, al optar por un Dios Único, abandonamos aquellos dioses primigenios (e inmortales) para siempre. Todo vestigio previo fue censurado. Su recuerdo se volvió una ofensa castigable. A partir de entonces, la nueva jerarquía condenó a los viejos dioses, tachando a éstos y a sus acólitos de paganos o herejes, dignos, en todo caso, de ser abolidos de la faz de la tierra.

Partiendo de esta idea, Raymond Jean Marie de Kremer —más conocido como Jean Ray— concibió su obra maestra, verdadero icono del terror del siglo XX, la sugestiva novela Malpertuis. Una historia cuajada de estilo impecable, alejada de arquetipos anglosajones, con un matiz costumbrista y aventurero delicioso. En suma, un relato intenso, profundo y estremecedor.

Nacido en Gante (Bélgica) en 1887, Jean Ray tiene el honor de ser el único europeo al que publicara en vida la legendaria revista norteamericana Weird Tales (en concreto entre 1934 y 1935). Aun hoy, sigue siendo un «mito viviente» para la intelectualidad franco belga.
 
La vida de Ray está plagada de anécdotas: supo rodearse de un halo de leyenda —que él mismo inventó— (marinero, contrabandista, descendiente de piel roja); encarcelado varias veces por estafa y abuso de confianza; editor y redactor de revistas de arte y poesía, guionista de cómics (entre ellos «Tintín»), o creador de la saga de aventuras pseudopoliciacas del detective Harry Dickson (conocido como el «Sherlock Holmes» americano).

Sus obras nada tienen que envidiar a las de británicos o norteamericanos. Una vez más, hallamos el germen de una literatura fantástica europea que nunca llegó a crecer del todo, pero que dejó una huella imborrable (Hoffmann, Meyrink, Ewers, Erckman-Chatrian o el asombroso Maurice Renard, amigo personal de Ray, son claro ejemplo de ello.)


El espanto siempre busca sus propios lugares. Sumidos en una quietud engañosa, se alzan los muros de Malpertuis. Tras ellos, un horror ancestral aguarda silencioso, agazapado. Yo que usted me mantendría lejos, si no es demasiado tarde…


 





jueves, 11 de noviembre de 2010

LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE

Oscura, malvada, vil, nada cuerda, lugar diabólico, enfermo y aterrador, Hill House te observa, aguarda paciente su momento. Si cruzas el umbral, nada volverá a ser como antes.

La maldición de Hill House es hoy día considerada —con toda justicia— una de las mejores novelas de horror del siglo XX. Escrita en 1959 por la norteamericana Shirley Jackson, supuso, además de un notable éxito de crítica y público, el redescubrimiento de esta auténtica maestra del terror. El influjo siniestro de este libro, años después, podemos hallarlo en autores clave como Richard Matheson (La casa infernal, 1971), o Stephen King (El resplandor, 1977).


Es sabido que los relatos sobre “casas encantadas” abundan en la literatura fantástica de todos los tiempos. Podemos mencionar, a parte de los ya citados, otros como Malpertuis, de Jean Ray, La casa evitada, de H.P. Lovecraft, o La casa deshabitada, de Charlotte Riddell.

Sin embargo, a diferencia de pretéritas tendencias, Jackson se aleja casi por completo de aspectos “góticos” y efectistas para centrarse en la psique de los personajes. La autora nos sumerge, lenta e insidiosamente, en un mundo dominado por las proyecciones mentales de los protagonistas. La narración se "sufre" en primera persona a través de la mente de Eleanor, alma de la obra. Cubiertos de una atmósfera opresiva, asistimos con angustia a las vivencias del grupo de inquilinos, incapaces de discernir el origen del mal que habita en la mansión. Este giro psicológico, dota a la historia de una fuerza perturbadora inigualable.

Intensa, emotiva y obsesiva, la sensibilidad femenina que destila resulta verdaderamente refrescante.

Concluyo con una frase entresacada del libro:
“La amenaza de lo sobrenatural estriba en que ataca el lugar en el que la mente moderna es más débil…”
 

Yo que ustedes no me acercaría...