Desde su origen, el hombre
se ha hecho preguntas. Huyendo —a veces con auténtico pavor— de lo ignoto, los
seres «racionales» han cavilado sobre el arcano de la existencia, imbuidos en
una afanosa búsqueda de sentido, de argumentos que explicaran (siquiera
parcialmente) el mundo y, sobre todo, que arrojaran alguna luz sobre el papel
que el ser humano juega —si es que juega alguno, al margen de romper el
equilibrio natural— en él.
Quizá las primeras
hipótesis brotaron del propio miedo al caos, a ese universo desconocido y
tantas veces hostil. Seguramente de esta forma, sencilla, simbólica, natural,
surgieron las primeras deidades: respuesta a los caprichos naturales, reflejo
antropomorfo de unos seres (primates) desvalidos, espejo en que mirarse, entes
tangibles a quien temer, ofrendar, maldecir o rogar.
Con el trascurrir del
tiempo, esta superstición atávica acabaría derivando, indefectiblemente, en culto
religioso. Las religiones monoteístas, cada vez más poderosas, se erigieron en
adalides de la Verdad. Como consecuencia, al optar por un Dios Único,
abandonamos aquellos dioses primigenios (e inmortales) para siempre. Todo
vestigio previo fue censurado. Su recuerdo se volvió una ofensa castigable. A
partir de entonces, la nueva jerarquía condenó a los viejos dioses, tachando a
éstos y a sus acólitos de paganos o herejes, dignos, en todo caso, de ser abolidos
de la faz de la tierra.
Partiendo de esta idea, Raymond Jean Marie de Kremer —más conocido como Jean Ray— concibió su obra maestra, verdadero icono del terror del siglo XX, la sugestiva novela Malpertuis. Una historia cuajada de estilo impecable, alejada de arquetipos anglosajones, con un matiz costumbrista y aventurero delicioso. En suma, un relato intenso, profundo y estremecedor.
Partiendo de esta idea, Raymond Jean Marie de Kremer —más conocido como Jean Ray— concibió su obra maestra, verdadero icono del terror del siglo XX, la sugestiva novela Malpertuis. Una historia cuajada de estilo impecable, alejada de arquetipos anglosajones, con un matiz costumbrista y aventurero delicioso. En suma, un relato intenso, profundo y estremecedor.
Nacido en Gante (Bélgica)
en 1887, Jean Ray tiene el honor de ser el único europeo al que publicara en
vida la legendaria revista norteamericana Weird Tales (en concreto entre
1934 y 1935). Aun hoy, sigue siendo un «mito viviente» para la intelectualidad
franco belga.
La vida de Ray está plagada
de anécdotas: supo rodearse de un halo de leyenda —que él mismo inventó—
(marinero, contrabandista, descendiente de piel roja); encarcelado varias veces
por estafa y abuso de confianza; editor y redactor de revistas de arte y
poesía, guionista de cómics (entre ellos «Tintín»), o creador de la saga de
aventuras pseudopoliciacas del detective Harry Dickson (conocido como el
«Sherlock Holmes» americano).
Sus obras nada tienen que envidiar a las de británicos o norteamericanos. Una vez más, hallamos el germen de una literatura fantástica europea que nunca llegó a crecer del todo, pero que dejó una huella imborrable (Hoffmann, Meyrink, Ewers, Erckman-Chatrian o el asombroso Maurice Renard, amigo personal de Ray, son claro ejemplo de ello.)
Sus obras nada tienen que envidiar a las de británicos o norteamericanos. Una vez más, hallamos el germen de una literatura fantástica europea que nunca llegó a crecer del todo, pero que dejó una huella imborrable (Hoffmann, Meyrink, Ewers, Erckman-Chatrian o el asombroso Maurice Renard, amigo personal de Ray, son claro ejemplo de ello.)
El espanto siempre busca sus propios lugares. Sumidos en una quietud engañosa, se alzan los muros de Malpertuis. Tras ellos, un horror ancestral aguarda silencioso, agazapado. Yo que usted me mantendría lejos, si no es demasiado tarde…