“¿Creo yo en fantasmas?...Estoy dispuesto a tomar en consideración cualquier testimonio, y aceptarlo si lo encuentro convincente”.
No siempre el escritor de relatos terroríficos es un hombre acuciado por sus propios demonios. Lejos de la imagen —a veces mitificada en exceso— de autores como Poe, Lovecraft o Robert E. Howard, surge entre el elenco de cultivadores del género espectral, el arqueólogo inglés Montague Rhodes James (1862-1936).
La afición de James por contar cuentos de fantasmas en Navidad —que hunde sus raíces en la entrañable tradición oral—, fue dando paso a la invención de sus propias historias, hasta el punto de convertirse en un modelo para otros autores (especialmente E. F. Benson, al que dediqué un artículo en noviembre de 2010).
James deja definitivamente atrás la “aparición gótica” y crea una imagen completamente nueva, moderna y dispar del espíritu sobrenatural, alejado de palidez, cadenas o pasadizos. Con frecuencia James sugiere, más que describe; unas pinceladas le bastan para “retratar” al espectro. El fantasma puede adoptar las formas más excéntricas: una sábana, un papel o un grabado. Sus historias son abordadas como un gratificante divertimento, de un modo ligero, cercano y casual, salpicado de guiños o alocuciones al lector, con un toque delicioso de humor y un extraordinario dominio de los pasajes sobre catedrales, bibliotecas, archivos, viejos manuscritos o restos arqueológicos —en todos ellos queda patente la formidable erudición de James; no olvidemos que fue director del prestigioso y elitista Eton College—. En este sentido, cabe destacar su gusto por introducir o citar libros o documentos, inventados o reales (ejemplo que tendrá una influencia decisiva en H.P. Lovecraft).
Actualmente, rara es la antología que no incluya algún relato de M. R. James. Pese a carecer de la fuerza que tenían sus contemporáneos —pensemos por ejemplo en el “círculo lovecraftiano”—, la ausencia de atmósferas opresivas, profundidad psicológica o golpe de efecto, resulta obvio que la fórmula empleada por el británico ha llegado intacta a nuestros días, situándolo entre los grandes del género, cuya lectura sigue siendo un placer para los amantes del cuento espectral.
Tres son los ingredientes que a juicio de este escritor ha de tener todo buen relato macabro, a saber:
Primero. Dosis de realismo, es decir, ambientarse en un marco familiar a la época moderna (para acercarse más a la experiencia del lector).
Segundo. Los fenómenos espectrales han de ser malévolos, no benéficos (el objetivo es suscitar el miedo)
Tercero. Evitar los tecnicismos “ocultistas” o “pseudocientíficos”, pues restan verosimilitud al mismo.
Como el propio James señala "no existe una receta más eficaz que otras para triunfar en este género de ficción. El juez último es el público: si le gusta está bien; si no le gusta, no sirve de nada explicarle por qué debería gustarle".
Ahora juzguen ustedes.