domingo, 25 de septiembre de 2011

JAMES MANGAN, EL POE IRLANDÉS

En 1820 se publicó Melmoth el Errabundo, una de las obras cumbres del género gótico —la mejor en mi opinión junto a El Monje de Matthew Gregory Lewis y Frankenstein de Mary Shelley—, escrita por el excéntrico clérigo irlandés Charles Robert Maturin. John Melmoth, ser todopoderoso y condenado al mismo tiempo, personifica una visión de la existencia humana que mora en el abismo, habitante de un infierno terrenal dramático, angustioso, tétrico y feroz. Algunos de sus pasajes resultan verdaderamente sobrecogedores, dotados de una intensidad emocional abrumadora. La lucha interior, el legado diabólico, el terrible destino, la perdición definitiva y la búsqueda de redención, fueron los ingredientes que convirtieron la novela en un clásico inmortal de la literatura fantástica.

Siguiendo en el curso del tiempo las huellas de la misma, hallamos dos ejemplos muy notables: el primero lo encontramos hacia 1835, en Francia, proveniente del ilustre Honoré de Balzac, quien quiso rendir homenaje al maestro irlandés con su relato titulado Melmoth reconciliado, interpretación del personaje un tanto desvirtuada, pero igualmente atractiva. El segundo ejemplo surge en la propia Irlanda de la mano del compatriota del reverendo Maturin, el poeta dublinés James Mangan, que en su cuento El hombre embozado recrea la historia del errabundo de forma ágil, entretenida y más “fiel” a la idea original.

Para acercarnos a la figura de James Clarence Mangan, conviene echar un vistazo a las palabras que le dedicó su amigo, el también escritor James Price:
“¡Pobre Clarence, tu mundo fue el de un melancólico entusiasmado! El opio te elevó por encima de la mugre y de tu vida miserable”.

No podemos olvidar tampoco la semblanza que de él hizo el genial escritor inglés G.K. Chesterton, de la que extraigo este elocuente fragmento:
“…Mangan es el más grande de los modernos maestros irlandeses de la literatura, precisamente porque supo escribir desde su tradición antigua, yendo de lo serio a lo grotesco…”

Finalmente, reseño estas líneas del propio Mangan que, casi dos siglos después, adquieren un carácter visionario:
“La tumba es vital pues se van a ella grandes hombres desconocidos en vida, en los que sólo se repara cuando mueren. La tumba los revive”.

Nada más certero en el caso de este poeta, ensayista, traductor y cuentista irlandés, cuya breve y trágica vida (1803-1849), recuerda irremisiblemente a la del arquetípico Edgar Allan Poe. Y es que Mangan, como Poe, fue víctima de una combinación devastadora en nuestra sociedad: honda inteligencia, sensibilidad extrema y adicción a las drogas (en su caso láudano y alcohol); y es que Mangan, como Poe, creó una obra profundamente innovadora y visionaria, escrita además en un inglés exquisito; y es que Mangan, como Poe, fue hallado días antes de su muerte tirado en la calle, enfermo, famélico y agonizante.

Así fue que hasta 1904 no se editó un primer libro que incluyera buena parte de su obra. Y es que tampoco fue tarea sencilla compilar sus narraciones; Clarence Mangan escribió de forma tan prolífica como dispersa; el rastro de su legado se hallaba repartido entre folletos, periódicos y revistas irlandesas de muy efímero tránsito. Resulta paradójico que una de las novelas más conocidas y universales del siglo XX, el inefable Ulises de James Joyce, hunda sus raíces en el desconocido relato de Mangan Una aventura extraordinaria en las sombras —donde surge la voz del interior que inspirase al dublinés—.

James Clarence Mangan estudió en la escuela Saul´s Court; allí aprendió alemán (tradujo a los grandes poetas alemanes) y fundamentos de otras lenguas como francés, español, italiano o árabe, —lenguas que era capaz de leer sin dificultad—. Sus desgracias comenzaron a los quince años cuando su padre, alcohólico empedernido, perdió su negocio y el joven James tuvo que ponerse a trabajar como copista para sustentar a su familia. Durante los diez años que pasó inmerso en lúgubres oficinas comenzó su adicción al láudano y el alcohol. Apenas ganaba para sobrevivir, y al final, sin recursos, la droga acabó sustituyendo al alimento, pues calmaba el hambre y era más barata.

En su relato más personal Una dosis de sesenta gotas de láudano, Mangan refleja como en ningún otro su agudeza intelectual, su escepticismo, su finísimo e irónico sentido del humor, su honda melancolía, su vasta cultura, su impresionante prosa y su despecho hacia el amor no correspondido. El "Poe" irlandés, prolífico y versátil, también nos ofrece cuentos que evocan los orígenes de la nación irlandesa -en forma de leyenda infantil- (El patán del abrigo gris), fábulas moralizantes al estilo oriental (Los tres anillos), historias de intriga y fantasía (Las treinta redomas), o el ya citado relato espectral (El hombre embozado).

En sus últimos años, el escritor vagó por las calles de Dublín como un pordiosero, dispuntándose las migajas de pan con otros mendigos, envuelto en su inseparable capote gris, cubiertos sus cabellos con un sombrero raído y sin despegarse jamás de su paraguas.

James Mangan tenía razón. La tumba fue capaz de revivirle; considerado hoy día como un autor imprescindible del siglo XIX, ojalá estas migajas postreras puedan llegarle hasta el Más Allá, si es que existe tal cosa.