sábado, 21 de abril de 2012

CUENTOS DE SOMBRAS (El otro yo)

Prosiguiendo con la clasificación del poeta José María Parreño (iniciada en el artículo anterior), hallamos el tercer tipo de sombra: 

*Importancia de la sombra como prueba de la humanidad de su dueño (e identidad funcional de sombra e individuo, es decir, lo que le pasa a uno repercute en el otro).
         La sombra se funde con su “dueño”, del que es tan inseparable y dependiente como cualquier órgano “físico” de su cuerpo. He aquí algunos ejemplos antropológicos:
En las tradiciones procedentes de la enorme franja entre Rumanía y las montañas caucásicas, se recurre a “enterrar sombras” en los cimientos de una casa a fin de que esta sea (según la creencia popular) más sólida y resistente. De Gales, surge la leyenda en que Fionn mata a Cuirrech clavándole una lanza a su sombra. O una curiosa ley germánica del Medievo, que infligía castigos a la sombra del condenado.
Esta idea encarnaba un sinfín de peligros que obligaban a proteger la sombra propia (como una suerte de “esencia” que da vida al cuerpo y que, si sufre cualquier daño, repercutirá irremisiblemente en aquel que la proyecta). En este sentido, es muy curiosa la tradición china en los entierros, en los cuales la gente se cuidaba muy mucho de que su sombra pudiera proyectarse en el interior del féretro cuando éste se cerraba; los propios sepultureros, en tanto introducían en la fosa el ataúd, amarraban su sombra al cuerpo con cintas de tela.
Por supuesto, además de una defensa “material” (casi carnal), esta protección también ha estado vinculada a la magia.
Otra vertiente de la sombra es su consideración como “equiparable, igual a su dueño” —lo cual nos sumerge en la idea clásica del “doble” (no perderse la excelente antología a cargo de Juan Antonio Molina Foix Alter ego, cuentos de dobles publicada por Siruela en su colección Libros del tiempo, o el magnífico relato Onuphirus, verdadero compendio fantástico, escrito por Theophile Gautier) —. El resultado puede ser, bien la simbiosis total, bien una especie de prolongación de las facultades humanas.
A su vez, la sombra también ofrece (entendida como “prolongación” de cualidades) un efecto protector, beneficioso, cuyo ejemplo más significativo se cita en pasajes de la Biblia como este: “El ángel le contestó y dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra…” (Lucas 1, 35).
Por otra parte, la ausencia de sombra siempre se ha asociado, por un lado, con seres fantásticos que carecen de ella (hadas, ogros, elfos, el propio Diablo) y por otro, a humanos que, mediante extrañas violaciones de las leyes naturales o pactos demoniacos, se han desprendido de ella.
Uno de los símbolos más interesantes al respecto es el vínculo de la sombra con el paso del tiempo, lo que, automáticamente, convierte al que la pierde en un ser inmortal (Peter Pan, eternamente niño, cuya sombra yace en un cajón).
En La mujer sin sombra, de Hugo Von Hofmannsthal, la protagonista carece de sombra por ser hija de Keikobad, rey de los espíritus. Cuando ésta decide ir en busca de su sombra, ha de renunciar a su poder para sumirse en las limitaciones de la “miseria” humana. Proyectar sombra equivale a ser humano, es decir, a ser imperfecto, defectuoso y, en último término, “esclavo” de las leyes naturales.

* Comportamiento independiente de sombra y cuerpo.
Esa “otra imagen”, ese ser que es, a un mismo tiempo, proyección y antagonista, adversario y opuesto, alcanza su cima literaria en el clásico El doctor Jekill y Mr. Hyde, de Robert Luis Stevenson. Otra memorable novela para no perderse, es El doble, de Dostoievski.
         Criaturas engendradas por nosotros mismos, reflejo (como la sombra) de aquellos demonios (evocando otra obra de Dostoievski)  que todos albergamos en nuestro interior, quizá esa parte inconsciente de la mente humana que está “en sombra” —como señala Carl Jung—. ¿Acaso fue esa propia visión la que espantó a Juan sin Miedo? (delicioso cuento anónimo).
Encarnación perfecta de esta idea, curiosidad en las letras españolas, la novela corta titulada La sombra, de Benito Pérez Galdós, retrata un personaje cuyos celos enfermizos acaban por dar vida a un enemigo mortal. O el cuento El vendedor de sombras (a modo de fábula oriental), de Cristina Fernández Cubas, que moraliza en torno a aquellas personas que “se miran en su propia sombra”.

* Otras manifestaciones.
Al margen de estos cuatro tipos señalados por José María Parreño, la sombra adquiere, además, otra morfología más amplia o más difusa, según se exprese a través de la imaginación del escritor. La mítica Tierra Media de Tolkien alberga al Balrog, un dios del mundo antiguo que es a la vez “la sombra y la llama”. O la lúgubre Mordor, “la tierra donde mueren las sombras”.
Tampoco escapa a la imaginación de H.P. Lovecraft este elemento natural, tornándose, bajo su genio cósmico, en algo inquietante, sugerente y espantoso, como ocurre en su relato La sombra que huyó del chapitel.


La sombra, contrapeso de la luz, no sólo es una constante en la literatura fantástica: es, además —y quizá ese sea su poder— el símbolo de un lado oscuro y misterioso en el ser humano, certeza de la que ninguno de nosotros puede escapar.

martes, 3 de abril de 2012

CUENTOS DE SOMBRAS (Fantasía y Oscuridad)

Si hay un fenómeno natural que podemos calificar como “intrínseco a la fantasía”, ése es, sin ningún género de duda, LA SOMBRA. Y lo ha sido desde el principio mismo de la humanidad, desde el momento en que el ser humano vio extenderse, a sus pies, una silueta negra; aquélla que él mismo proyectaba. Color y oscuridad se funden en las pinturas más remotas halladas hasta la fecha. Como cuenta Plinio el Joven (en el libro 34 de su Historia Natural) acerca del origen de la pintura: “… consistió en circunscribir con líneas el contorno de la sombra de un hombre”.

Más próximo en el tiempo (con respecto a las primeras manifestaciones pictóricas) El episodio de la caverna que Platón relata en su inmortal obra La República (380 a.C.) ejemplifica, claramente, la idea de la sombra como metáfora de lo irreal, reflejo del conocimiento imperfecto e inasible, convirtiéndose, de esta forma, en el símbolo de la ausencia, es decir, de aquello que, o bien, no es (no existe), o bien, se confunde con lo real (origen de su ambigüedad). Y es que la sombra va a ser siempre algo irreal, que existe por contraposición a otra cosa, a diferencia de aquélla, real y tangible.

La sombra no existe sin luz: simplemente, no es posible. No puede darse en ausencia de ésta. Por ello, cuando aparece, lo hace siempre por contraste, jamás por exclusión.

Al margen de los clásicos griegos, también la Biblia, el budismo, el taoísmo, o la mística musulmana han empleado la sombra como metáfora de la mera apariencia, sin sustancia material.

Otro aspecto sumamente arraigado en la cultura universal es la dimensión espiritual que pueblos de todas las épocas han atribuido a la sombra (no sólo del hombre, sino, también, de animales y objetos): en ella se hacen “visibles” rasgos inmateriales, con frecuencia “inconscientes”, de aquel ser —vivo o inerte— que la genera.
En este sentido, el escritor José María Parreño, siguiendo precisamente este rastro “espiritual” en la literatura, distingue cuatro tipos de manifestaciones:
* Aparición de la sombra, desligada del cuerpo, a la muerte del individuo.
En este caso, la sombra podría equipararse al espíritu, que asume la apariencia del fantasma tradicional (en un plano intermedio entre los vivos y los muertos, cuyo ejemplo clásico se halla en el descenso al Hades del héroe Ulises, retazo de la célebre Odisea homérica. Esta imagen reproduce un ser, en apariencia, corpóreo, a veces difuso, y, con frecuencia, perverso.

Desde finales del siglo XVIII y hasta nuestros días, encontramos infinidad de relatos en los cuales, estas entidades, son protagonistas. Ejemplos magníficos son Onuphrius o las vejaciones fantásticas de un admirador de Hoffmann, de Theophile Gautier o Sombra, de Edgar Allan Poe. Asimismo, como dato curioso, también surgen esta clase de fantasmas en la literatura clásica china, pero, a diferencia del concepto occidental, éstos no producen el menor sobresalto.

Por otra parte, una de las concepciones más arraigadas que parten de esta idea “espiritual”, es la que ha identificado la sombra con el alma humana. Llegados a este punto, topamos inevitablemente con el enorme influjo del cristianismo en la idea de alma como la dimensión inmaterial —y más valiosa— del ser humano. No hay infierno más terrible que la condena del alma (recordemos el clásico gótico de Charles Robert Maturin Melmoth el Errabundo).

Sin embargo, en otras culturas, esto no ha sido así. Para algunas tribus indias de Canadá, al morir el hombre, alma y sombra se separan, yendo la primera al reino del lobo, y vagando la segunda entre la tumba del difunto. En África, en cambio, hay tribus sí que fusionan ambas entidades. Algunas, incluso, prohíben jugar a los niños con su sombra, por considerarla una de las tres almas del hombre.

* Desaparición temporal o definitiva de la sombra en vida del dueño.
Retornando a nuestro espacio cultural europeo, la sombra se ha considerado como una especie de “cuerpo que encierra el alma”: la pérdida de la sombra supone, irremisiblemente, la pérdida del alma. Algunos ejemplos de esta simbología son: La maravillosa historia de Peter Schlemihl, de A. Von Chamisso, en la tradición romántica germana, el relato anónimo El milagro de Teófilo, leyenda popular del siglo VI, y, la deliciosa narración de Oscar Wilde El pescador y su alma, verdadero compendio de la mejor fantasía, deudora de la fábula oriental, de todos los tiempos.