Acostumbrados como estamos a pensar que España sufre desde hace siglos un
“retraso crónico” en todos los órdenes culturales —razones más que justificadas
no faltan, desde luego—, llama poderosamente la atención que fuera aquí donde
surgiera, de la pluma e ingenio de un soldado gaditano, la primera obra
romántica europea, anticipándose varios años al Wérther de Goethe.
Noches Lúgubres (1771), de José de Cadalso y Vázquez es, además del libro que inaugura la
literatura romántica del suicidio en toda Europa, el primer poema en prosa de
la literatura española y, junto a las Cartas marruecas (1774) compone la
obra maestra de Cadalso, uno de los escritores imprescindibles del siglo XVIII,
el siglo dominado por la razón.
El propio Cadalso —hijo de la Ilustración— era consciente de la radical
novedad literaria de las Noches lúgubres,
y así, imaginó para ellas una edición con un diseño totalmente rompedor: “La
impresión sería en papel negro con letras amarillas” (¿Habrá sido un influjo
para las portadas de la colección gótica de la editorial Valdemar?).
Esbozado inicialmente tras la muerte de un amigo del poeta, el libro adoptó
su forma definitiva ante la inesperada muerte del gran amor de Cadalso, la
joven actriz María Ignacia Ibáñez. Vestir con ropas negras, amar la noche y
abominar del sol, adoptar una actitud hondamente melancólica, despreciar la
sociedad, alejarse del mundo o anhelar la muerte como dulce y último remedio a
tanto pesar —elementos incluidos en la obra—, son valores que incluso hoy día,
en pleno siglo XXI, siguen estando latentes, no sólo en el mundo del arte, sino
también en la propia sociedad (en forma, por ejemplo, de “tribus” urbanas).
Del profundo y “siniestro” influjo que las Noches cadalsianas tuvieron con posterioridad a su aparición,
hablan bien a las claras las 47 ediciones que alcanzó la publicación a lo largo
del siglo XIX —baste citar los nombres de Larra y Bécquer—, y ello, a pesar de
la censura inquisitorial que, en 1817 (el nefasto regreso del “deseado”
Fernando VII recuperó el Santo Oficio abolido en Cádiz), tras una denuncia en
Córdoba (ante el caso de un joven, ávido lector del libro, que amenazaba
reiteradamente con suicidarse), condenó la obra por “contener muchas
expresiones escandalosas, peligrosas e inductivas al suicidio, al desprecio de
los padres y al odio general de todos los hombres”.
Y es que José de Cadalso, digno heredero de Quevedo, no dejaba títere con
cabeza en sus escritos. Su visión crítica de la humanidad no puede ser más
caústica y demoledora, más satírica y apabullante. De sus páginas emana siempre
un humor corrosivo, inteligentísimo y punzante. Escritor de máscara jocosa y
carácter tétrico, soldado “medio filósofo” (como él mismo se definía), comparte
con Espronceda la frase —esclarecedora— de este último: “mi propia pena con mi
risa insulto”. Reflejo de esta profunda aflicción vital, huérfano ante el
universo (ausente Dios, solitario, desvalido en medio de una sociedad falsa e
hipócrita), no es de extrañar que Tediato, el abatido héroe de las Noches, exclame en mitad de la espesa
negrura:
“¡Bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de hermosura,
imagen del caos del que venimos! Duplica tus horrores; mientras más densas, más
gratas me serán tus tinieblas. Las tinieblas son mi alimento.”
La clave para comprender este tormento interior de Cadalso está, como no
podía ser de otra forma, en las circunstancias que, desde la propia cuna, marcaron
su vida, y que, por su carácter folletinesco, darían para una gran novela.
Huérfano de madre a los dos años, con un padre acaudalado comerciante siempre
ausente por negocios (al cual conoció a la edad de 13 años), marcaron a Cadalso
dos aspectos extremos: lujoso bienestar material y ausencia de apoyo afectivo.
Pepe —como también gustaba llamarse— trataría de compensar más adelante esta
carencia afectiva buscando, aquí y allá, amigos fraternales. Acogido en casa de
un abuelo materno, sería un tío suyo (profesor jesuita en Cádiz) el encargado
de persuadir a su padre para que enviara al chico a estudiar con los jesuitas
franceses. Es así como, con 9 años, inicia Cadalso su periplo europeo; primero
como escolar en París; después en Londres donde pasa una larga temporada. Más
tarde, su padre le “ordena” regresar a España. Este retorno supuso un verdadero
impacto para el joven poeta: “Entré en un país que era totalmente extraño para
mí, aunque era mi patria. Lengua, costumbres, traje: todo era nuevo para un muchacho
que había salido de niño de España y volvía a ella con todo el desenfreno de un
francés y toda la aspereza de un inglés”.
La nula estima del padre de Cadalso hacia los jesuitas y las dudas sobre la
futura profesión de su hijo —militar o sacerdote—, decidieron al padre de
Cadalso a “sacarlo” de Madrid y enviarlo, nuevamente, fuera de España. Este
peregrinaje llevará al muchacho por Italia, Alemania, Inglaterra, Bélgica y
Holanda. Con la muerte de su padre, llegó también la ruina económica. Y así, Cadalso
optará por la carrera de las armas, ingresando en el Regimiento de Caballería
de Borbón como cadete, unidad en la que, poco antes de su muerte (le estalló
una granada defendiendo Gibraltar en 1782), llegaría a rango de Coronel.
Crítico implacable, cosmopolita, políglota, satírico, sensible, patriota,
extraño del mundo y de los hombres, José de Cadalso encarna en sí mismo el
personaje de Tediato—romántico protagonista de las Noches lúgubres—. Justo es reivindicar su figura humana y
literaria; un regalo, deleitarse con su talento.