lunes, 16 de diciembre de 2013

A PROPÓSITO DE EDUARDO, por Ángel Pérez Ureta

 
La revista ABSOLEM recoge en el número que cierra el año —el primero en su, esperemos, larga y fructífera singladura— un variado abanico de semblanzas del grupo de artistas (de la más diversa índole y condición) que colaboran en la misma. Una familia de la que tengo el honor de ser miembro.

En un mundo en que las Humanidades parecen relegadas a un rincón polvoriento, resulta muy reconfortante hallar personas, amigos como Ángel Pérez Ureta (crítico de Fantasymundo), cuyo estímulo y aliento tengo muy presente a la hora escribir. Sus palabras (artículo incluido en estas Semblanzas) me han hecho evocar momentos entrañables. El mejor halago, contar con su amistad.

Personas apasionadas. Amantes de la belleza, aliados en las múltiples facetas en que el arte nos envuelve cada día, quizá náufragos en la vorágine del mundo pragmático y racional. «Rareza» que, desde la humildad, ejemplos como ABSOLEM parecen reivindicar.
 

viernes, 15 de noviembre de 2013

LA HIJA DE MOLINARI


La revista digital ABSOLEM dedica su sexto número al incitante universo que suscita el Erotismo. Una nueva ocasión para adentrarnos en sus contenidos y disfrutar con las variadas aportaciones artísticas que integran esta apuesta cultural.

Entre los relatos de este mes, se encuentra La hija de Molinari, historia que trata de evocar las atmósferas de mi admirado Nathaniel Hawthorne, y que dedico a la persona que comparte mi vida, y que, cada día, me anima a seguir escribiendo.
 
 

martes, 15 de octubre de 2013

EL POZO AMARGO, leyenda toledana


Acaba de ver la luz la quinta entrega de la revista literaria ABSOLEM. Este número está dedicado al sugerente y fascinante universo en que cohabitan Historia y Leyenda.
 
 
El pozo amargo, relato incluido en la misma, está inspirado en una antigua leyenda toledana. Con él he pretendido, por un lado, rendir homenaje al romanticismo becqueriano y, por otro, mostrar mi admiración por la instrumentista y cantante Ana Alcaide, gracias a la cual descubrí esta conmovedora historia, en una bellísima y homónima pieza musical que tuve la suerte de disfrutar, primero en directo, y más tarde en un precioso disco. A ella, a Ana Alcaide, quiero dedicar este cuento, pues fue su música, imbuida de lleno en el espíritu de la leyenda, la que inspiró esta versión.

 
 

 

 

viernes, 4 de octubre de 2013

HISTORIAS DEL OTRO LUGAR


¿En qué lugar habitan las quimeras? ¿Dónde acaba el sueño y empieza la vigilia? ¿Soñamos despiertos? ¿Vivimos presos de un letargo sensitivo? ¿Qué es, en realidad, la Realidad? ¿Por qué sentimos esa atracción irresistible hacia lo ignoto, hacia lo que palpita más allá? ¿Es sólo una cuestión de enfoque (tal vez distorsión perceptiva), o acaso hay algo más? ¿Existe una frontera, un cosmos diferente y a un tiempo cercano que no alcanzamos a entender, que se aleja por completo de las «leyes naturales»? ¿No perciben la mayor parte de animales con la fuerza del instinto, el mismo que el ser humano ha olvidado y que, como un atávico vestigio del pasado, nos deja muchas veces boquiabiertos? Si, como decía Arthur Machen, «nuestros sentidos superiores están embotados», ¿no deberíamos abrir la mente y regresar al territorio de los sueños perdidos, de la magia olvidada? ¿Qué hemos hecho con los niños que un día fuimos?

A veces, no obstante, las barreras se diluyen y ese espacio misterioso se hace más permeable; se produce entonces, como por arte de brujería, la impregnación de la fantasía en nuestro mundo material; es entonces cuando, desvalida la razón, podemos sentir la realidad del otro lado y su cohorte de criaturas y fenómenos extraños. Fenómenos que surgen normalmente en las regiones de la vida cotidiana, sencilla, doméstica, no importa el escenario ni la fecha temporal. Es el lugar que habita el miedo. La zona fronteriza que, visible o no, siempre está ahí, aguardando su momento como el predador que deja atrás su madriguera a la caída del sol.

Y es precisamente ese otro lugar, el espacio que corresponde a la ficción, donde el escritor José María Merino ha ubicado sus relatos a lo largo de más de veinte años de producción cuentística (y, también en gran medida, novelesca). Libros fascinantes como Cuentos del reino secreto (1982), Cuentos de los días raros (2004), El viajero perdido (1990) o Cuentos del barrio del refugio (1994), que la editorial Alfaguara reunió en un solo volumen bajo el título Historias del otro lugar (2010), verdadero regalo para los amantes de la literatura fantástica, edición revisada por el propio autor, sin duda, uno de los mejores cuentistas del panorama literario español del último medio siglo. Senda recorrida asimismo por paisanos suyos, escritores de la talla de Antonio Pereira o Luis Mateo Díez.

Académico de la Lengua Española (como Díez), Merino nos ofrece una prosa limpia, cuidada, soberbia, bellísima, y unas historias cuya lectura resulta tan deliciosa que casi se puede paladear. Enraizado en la tradición oral —las noches de filandón que aún perviven, casi como una reliquia, en el noroeste español—, embebido desde temprana edad por la lectura de Las mil y una noches y clásicos como Bécquer, Poe, y, sobre todo, Hoffmann —cuyo influjo tras leer El cascanueces y rey de los ratones, en palabras del autor, ha tenido una importancia decisiva en su extensa obra—. Más tarde, un sinfín de  autores (Lovecraft entre ellos) que fueron fecundando los mimbres imaginativos para conformar, con el tiempo, uno de los corpus narrativos más notables de nuestras letras —ya sea en el campo de la novela o del cuento breve—. Y ello (lo cual le honra especialmente), sin haber renunciado  (salvo un brevísimo periodo presionado por la ortodoxia imperante) a su pasión por el género fantástico, y que él mismo describe en estos términos:

«Ante la pertinacia realista que padecí en mi juventud, por designios muchas veces extraliterarios, me propuse, a mi aire, naturalizar lo fantástico en los ámbitos en mi experiencia vital y literaria».

Bajo el marco omnipresente de los bellos paisajes leoneses, Merino urde con esmero y maestría una realidad propia, singular, sustentada en la imaginación, pero también, o precisamente por ello, vívida, profunda y disfrutada. Ficción que, al insertarse en las rigideces de la vida cotidiana, cobra una dimensión más honda y cercana.

Cuentos en estado puro, entendidos como movimiento; movimiento que el relato ha de expresar en forma de tensión (dramática), del buen manejo del tiempo, o cierta culminación suya —arranque poderoso, golpe de efecto final, momento de gran energía—. En caso contrario, nos veríamos abocados al estatismo de un cuadro costumbrista, acaso a una prosa poética, pero no a la esencia misma que hace del cuento un género tan especial, condensada, como señala José María Merino, en estos cuatro principios esenciales: intensidad de conflicto, precisión de escenario, densidad e identificación del tiempo y la mayor brevedad posible. Sin olvidar otro aspecto no menos importante: la huella que la historia sea capaz de imprimir en el recuerdo del lector. Apunta Merino:

«Los cuentos que dejan su sombra en la memoria suelen ser los mejores»
 
 Algunos de ellos podrán hallarlos en esta joya literaria, en este libro de libros, en ese otro lugar.

           

 

martes, 17 de septiembre de 2013

PLENILUNIO


Aún es otoño y, sin embargo, la noche se abate con aliento de invierno prematuro. La luz de las farolas se espesa en una ligera bruma. Una puerta se ha cerrado en las angostas callejas del barrio histórico. El eco de unas suelas reverbera en avanzar apresurado contra el viejo empedrado. Alguien como usted o como yo deambula por la calle de una ciudad cualquiera; una ciudad de provincias, ni grande ni pequeña, donde todos se conocen más o menos. Alguien camina deprisa, el corazón batiendo en las sienes, sin un rumbo definido en apariencia. Sus pasos errabundos lo conducen a una plazoleta, a un paseo o un parque cualquiera. Alguien corriente y prosaico callejea confundido entre las pocas almas que a esa hora pululan por las arterias de la ciudad. La figura, anodina, avanza enfundada en una cazadora de imitación, con las manos hundidas en los bolsillos —esas manos grandes, de uñas rotas y filosas acostumbradas a desgarrar, que nunca dejan de oler a pescado—, aferrando en su interior un objeto que le da seguridad, que lo hace poderoso, con el que puede someter y dar rienda a su instinto más salvaje. Un hombre joven, cejijunto, con una apariencia tan común, tan vulgar, que hacen de él un simple rostro más diluido entre la masa apresurada. El insomnio, los madrugones, el agotador trabajo de sol a sol, el trato siempre amable con la clientela, con esa voz meliflua de chico educado, de hijo ejemplar. «Qué, ¿a dar una vuelta?». Una vecina del portal lo ve salir y piensa: «qué chico más formal». El hijo perfecto. La rutina lo aplasta, lo empuja a abandonar algunas noches el nauseabundo seno familiar donde no hay intimidad para masturbarse, para elevar el volumen de las películas porno que ahora ve en su cuarto —descartado hace tiempo el salón— y abandonarse a los jadeos, las succiones, las palabras impúdicas y groseras; imposible en el salón con ese par de vejestorios danzando alrededor. Pero tampoco allí encuentra sosiego. Ha puesto cerrojos en su alcoba y en el baño. Pero nada, no hay manera, no hay un momento de paz. Cuando está a punto de correrse siempre hay algo que lo echa todo a perder. Noche tras noche, siempre lo mismo. Otras veces conecta la radio y escucha la voz dulce y seductora de una locutora en la lenta madrugada. «¡Puta!, le espeta en voz alta mientras fuma y bebe con fruición clandestina». Sus padres siempre al acecho, el viejo con los pulmones desechos, la vieja plañidera, con la tele siempre puesta de la mañana a la noche, la caja destellando en las pupilas que no prestan atención. La vacuidad insoportable de unos padres decrépitos, imbuidos de una abulia permanente.

Alguien se dirige ahora a un bar, un bar cualquiera. Fuma y fuma y busca el pelotazo de ron en la nuca, el impacto vivificante, la excitación que lo consume. Dos tragos vacían la copa en la grasienta mezquindad del bar. Las manos, sus manos, que él frota y refrota con agua casi hirviendo, siguen oliendo a pescado, como una maldición. Hay en su conducta una suerte de repetición exacta, de trance ya vivido que no mengua, sin embargo, su ansia devoradora, la enorme calentura que le abulta en los vaqueros. Otra copa vaciada apenas en dos tragos. Deja el billete arrugado y sudoroso, que también huele a pescado, sobre el mostrador lleno de mugre. Otra vez el aire húmedo y fresco, el pálido resuello de un otoño que se marchita. Y la luna. La luna llena, como la otra vez. Todo igual. Todo una exacta repetición, como en un sueño ya soñado. Sin pensar, sólo dejándose llevar por el deseo. Arde el alcohol en sus entrañas y lo empuja hacia un portal, un portal cualquiera. La puerta está abierta; alguien entra en el ascensor. Y él sube. Dos seres en un cubículo de apenas un metro cuadrado. Todo casi igual, pequeñas diferencias, pero qué más da. Acaricia el objeto en el fondo del bolsillo y siente que va a reventar. «¿A cuál va? Al último, responde con voz suave».

En esa misma ciudad de provincias hay otro hombre que busca unos ojos, que vive en la obsesión de hallar a ese otro, husmeando en las calles como un sabueso, esperando el mínimo error, una pista, cualquier dato que le ayude a atraparlo. Busca unos ojos y está seguro de que sólo con verlos reconocerá las huellas del hombre que ha aterrorizado a la, hasta hace bien poco, letárgica ciudad. Pero ese otro, ese alguien que vaga al amparo de la luna llena, no es como usted o como yo. En sus ojos hay algo que lo hace diferente. Una imagen congelada en la retina, un atroz secreto que sólo él conoce. Los ojos de alguien corriente. Los ojos de un asesino.

 

Con humildad y profunda admiración, para Antonio Muñoz Molina.

viernes, 6 de septiembre de 2013

LA POÉTICA DEL ESCALOFRÍO


España, 1963. Años de penumbra, de lento amanecer libertario. Autores —sociedad en su conjunto— que viven bajo el implacable yugo de la censura no sólo artística, sino de cualquier orden no sometido a los dictados del Régimen. Dominio ejercido con mano férrea y despiadada, cuño inconfundible del poder totalitario. En esta realidad socio política de tonos grises, un dramaturgo rebelde, abiertamente antifascista, decide adentrarse —de forma casi inaudita a tenor de aquel contexto histórico— en los obscuros laberintos de la literatura fantástica y, más abiertamente, en la exploración de esa realidad invisible que subyace en el terror.

            Un año después, veía la luz la primera edición de Las noches lúgubres (Editorial Horizonte, 1964) del madrileño Alfonso Sastre. Edición que, como es natural, fue cercenada por los múltiples tijeretazos de la censura.

No sería hasta 1973 cuando apareció por vez primera la edición completa de esta obra (Biblioteca Júcar, Madrid), que, un trienio más tarde, obtuvo el Premio Viareggio para Literatura Extranjera, siendo traducida y publicada en italiano en el año 1976. Ya en la década de los 80, el libro se incluyó en la «Biblioteca de Terror» de Ediciones Forum (Barcelona) y Valdemar publicó su primera parte, Las noches del Espíritu Santo (Madrid, 1989) en su colección Tiempo Cero. También son diversas las antologías de literatura fantástica que a lo largo del tiempo han recogido alguno de los cuentos incluidos en Las células del terror, tercera y última parte de la novela.

Pero si hay algo que convierte esta obra en una pieza maestra de la fantasía es, amén del talento narrativo de su autor, el tratamiento que éste hace del horror, pues, rompiendo la ortodoxia —él mismo tilda el libro de «excursión o experimento»—, sazona deliciosas dosis de humor en cada una de sus páginas con la maestría propia de Valle-Inclán. Y este ingrediente (tan aparentemente paradójico que causa en el lector la sonrisa y hasta la franca carcajada) es inyectado por Sastre sin que la historia pierda ni un ápice de su esencia inquietante, de esa atmósfera opresiva y turbadora que envuelve cada una de sus historias de principio a fin.

Concitados en un carrusel delirante, los mitos clásicos del folklore terrorífico confluyen en medio de un paisaje urbano, cercano, tendente a lo sórdido, pero, sobre todo, reconocible y real: la presencia invisible, la vivencia anticipada del futuro, vampirismo, licantropía, apocalipsis, resurrección de los muertos, alteración espacio-tiempo… temas que se imbrican en una trabazón grotesca, siniestra, asombrosa, cruda, divertida, espeluznante, perfectamente engranada. Alfonso Sastre se revela un auténtico maestro en el retrato descriptivo de los bajos fondos (enlodándose sin rubor en las «cloacas sociales») y, asimismo, en la cohorte de estragos sintomatológicos causados por la embriaguez, cuya plétora de detalles introspectivos resulta a todas luces magistral —digna, me atrevo a sugerir, del mismo Dostoievski—. 

Quizá enervando a los puristas (no digamos ya a la censura), y, desde luego, con una conciencia reivindicativa que va más allá de la simple ficción terrorífica, Las noches lúgubres quiso —mensaje vigente hoy día— espolear la imaginación de los escritores realistas de su tiempo (imaginación entendida como «sentido de libertad»), precisamente como válvula de escape frente a una coyuntura social y política que aliena, que empobrece, que cercena todo atisbo imaginario. En suma, una forma de protesta jocosa, lúcida y brillante.

            Sin embargo, Sastre no se detuvo ahí. Ya desde su edición inaugural en los sesenta, el autor anunció a los lectores (que los tuvo) su intención de escribir una segunda parte del libro; secuela que se fue demorando en el tiempo y que obligó al escritor a disculparse, mediante notas, en las sucesivas ediciones que iban apareciendo, pues no lograba cristalizar las prometidas «Nuevas Noches Lúgubres».

Hubo que esperar al año 1982 para que los seguidores de Sastre y su rompedora creación fantástica pudieran hacerse con un ejemplar de El lugar del crimen (Argos Vergara), titulo elegido para la segunda entrega.

Tres son, también, las noches que componen esta nueva novela. Tres escenarios diferentes (California, Madrid-Barcelona y el País Vasco) y el mismo denominador común, imbuidos todos ellos de un cariz especialmente siniestro; no en vano, Sastre subtitula esta segunda parte con el término «Unheimlich» (siniestro). Pese a no alcanzar, en mi opinión, el nivel de la primera, El lugar del crimen tiene pasajes absolutamente memorables, en los cuales el autor hace gala de un portentoso manejo de lo horripilante, desbordando fabulación terrorífica por los cuatro costados.

A medida que avanza la lectura, la novela se hace más y más enrevesada, disparatada y surrealista. El lector se ve a merced de un caótico alud de colosal barroquismo narrativo que, sobre todo en su último acto, alcanza un clímax de alucinación apabullante. Como el propio Sastre apunta en su epílogo, «esta historia de horror ha de resultar a los ojos de un lector mesurado un espectáculo barroco de difícil lectura».

Rescatar, releer este clásico de la ficción terrorífica española es, aparte de un deleite literario, un deber casi moral. Que lo disfruten. Y que las noches sigan siendo lúgubres por siempre.




lunes, 19 de agosto de 2013

UN VISTAZO A LA LITERATURA FANTÁSTICA ESPAÑOLA

File:El coloso.jpg
 
La revista La Oruga Azul dedica su número de agosto a la Fantasía y el Misterio. Relatos, ilustraciones, poemas y artículos de lo más sugerente para los que amamos el género. Agradezco a Carmen Hernández Montalbán su iniciativa, así como la inclusión de mi artículo Un vistazo a la literatura fantástica española en la misma.


sábado, 16 de febrero de 2013

MALA CAÍDA, AUDIORRELATO

 
Mala caída fue incluido entre los cuentos finalistas del primer certamen de relatos de terror Sueños de Opio. En febrero de 2012, la editorial Valentia Autores publicó una antología con dichos relatos. Además, gracias al elenco de actores y compositores con los que cuenta su comunidad artística, se realizaron diversos audiorrelatos. He aquí el resultado; espero que lo disfrutéis. Os paso el enlace de la editorial donde, asimismo, podeis escuchar gratis otros audiorrelatos, así como ver su espléndido catálogo literario. Merece la pena.
 


miércoles, 9 de enero de 2013

EL TANATOPRACTOR, GANADOR DEL II CERTAMEN SUEÑOS DE OPIO

 
 
El pasado 5 de Enero se hizo público el fallo del II Certamen Sueños de Opio de relatos de terror organizado por la Editorial Valentia Autores. El tanatopractor, uno de mis cuentos, ha resultado ganador del mismo. Literariamente, no podía empezar mejor el año. Gracias al jurado por su apoyo y felicidades al resto de finalistas. Os mantendré al tanto de su edición.

http://www.grupovalentia.com/2013/01/05/sueños-de-opio-ii-fallo-del-jurado/