¿En qué lugar habitan las quimeras? ¿Dónde acaba el sueño y
empieza la vigilia? ¿Soñamos despiertos? ¿Vivimos presos de un letargo
sensitivo? ¿Qué es, en realidad, la Realidad? ¿Por qué sentimos esa atracción irresistible
hacia lo ignoto, hacia lo que palpita más
allá? ¿Es sólo una cuestión de enfoque (tal vez distorsión perceptiva), o
acaso hay algo más? ¿Existe una frontera, un cosmos diferente y a un tiempo
cercano que no alcanzamos a entender, que se aleja por completo de las «leyes
naturales»? ¿No perciben la mayor parte de animales con la fuerza del instinto,
el mismo que el ser humano ha olvidado y que, como un atávico vestigio del
pasado, nos deja muchas veces boquiabiertos? Si, como decía Arthur Machen, «nuestros
sentidos superiores están embotados», ¿no deberíamos abrir la mente y regresar
al territorio de los sueños perdidos, de la magia olvidada? ¿Qué hemos hecho
con los niños que un día fuimos?
A veces, no obstante, las barreras se diluyen y ese espacio misterioso
se hace más permeable; se produce entonces, como por arte de brujería, la
impregnación de la fantasía en nuestro mundo material; es entonces cuando,
desvalida la razón, podemos sentir la
realidad del otro lado y su cohorte de criaturas y fenómenos extraños. Fenómenos
que surgen normalmente en las regiones de la vida cotidiana, sencilla,
doméstica, no importa el escenario ni la fecha temporal. Es el lugar que habita
el miedo. La zona fronteriza que, visible o no, siempre está ahí, aguardando su
momento como el predador que deja atrás su madriguera a la caída del sol.
Y es precisamente ese otro
lugar, el espacio que corresponde a la ficción, donde el escritor José
María Merino ha ubicado sus relatos a lo largo de más de veinte años de
producción cuentística (y, también en gran medida, novelesca). Libros fascinantes
como Cuentos del reino secreto (1982),
Cuentos de los días raros (2004), El viajero perdido (1990) o Cuentos del barrio del refugio (1994), que
la editorial Alfaguara reunió en un solo volumen bajo el título Historias del otro lugar (2010),
verdadero regalo para los amantes de la literatura fantástica, edición revisada
por el propio autor, sin duda, uno de los mejores cuentistas del panorama
literario español del último medio siglo. Senda recorrida asimismo por paisanos
suyos, escritores de la talla de Antonio Pereira o Luis Mateo Díez.
Académico de la Lengua Española (como Díez), Merino nos
ofrece una prosa limpia, cuidada, soberbia, bellísima, y unas historias cuya
lectura resulta tan deliciosa que casi se puede paladear. Enraizado en la tradición
oral —las noches de filandón que aún perviven, casi como una reliquia, en el noroeste
español—, embebido desde temprana edad por la lectura de Las mil y una noches y clásicos como Bécquer, Poe, y, sobre todo,
Hoffmann —cuyo influjo tras leer El
cascanueces y rey de los ratones, en palabras del autor, ha tenido una
importancia decisiva en su extensa obra—. Más tarde, un sinfín de autores (Lovecraft entre ellos) que fueron
fecundando los mimbres imaginativos para conformar, con el tiempo, uno de los
corpus narrativos más notables de nuestras letras —ya sea en el campo de la
novela o del cuento breve—. Y ello (lo cual le honra especialmente), sin haber
renunciado (salvo un brevísimo periodo
presionado por la ortodoxia imperante) a su pasión por el género fantástico, y
que él mismo describe en estos términos:
«Ante
la pertinacia realista que padecí en mi juventud, por designios muchas veces
extraliterarios, me propuse, a mi aire, naturalizar lo fantástico en los
ámbitos en mi experiencia vital y literaria».
Bajo el marco omnipresente de los bellos paisajes leoneses,
Merino urde con esmero y maestría una realidad propia, singular, sustentada en
la imaginación, pero también, o precisamente por ello, vívida, profunda y
disfrutada. Ficción que, al insertarse en las rigideces de la vida cotidiana,
cobra una dimensión más honda y cercana.
Cuentos en estado puro, entendidos como movimiento; movimiento que el relato ha de expresar en forma de
tensión (dramática), del buen manejo del tiempo, o cierta culminación suya
—arranque poderoso, golpe de efecto final, momento de gran energía—. En caso
contrario, nos veríamos abocados al estatismo de un cuadro costumbrista, acaso
a una prosa poética, pero no a la esencia misma que hace del cuento un género
tan especial, condensada, como señala José María Merino, en estos cuatro
principios esenciales: intensidad de conflicto, precisión de escenario,
densidad e identificación del tiempo y la mayor brevedad posible. Sin olvidar
otro aspecto no menos importante: la huella que la historia sea capaz de imprimir
en el recuerdo del lector. Apunta Merino:
«Los
cuentos que dejan su sombra en la memoria suelen ser los mejores»
Algunos de ellos podrán hallarlos en esta joya literaria, en este libro de libros, en ese otro lugar.