Para el escritor
José María Merino, los mejores cuentos son «aquellos que dejan una huella en la
memoria». Criterio —añado yo— ampliable a narraciones que rebasan las fronteras
del relato.
Ciñéndonos
al género fantástico, otro grande de las letras españolas, Antonio Muñoz
Molina, afirma lo siguiente: «el ámbito de lo fantástico es la narración breve
o, como mucho, la novela corta». Descubrir que alguien a quien admiras comparte
tu misma idea (ésa que duerme agazapada en el cajón de tu intimidad), resulta tan grato
como alentador. No obstante, a fe de ser sinceros, tampoco creo que se trate de
un descubrimiento novedoso, pues la esencia, la raíz misma
de la Fantasía se asienta en la tradición oral, y por tanto, en los cuentos que
pusieron en palabras las historias escuchadas al amor del fuego.
Autores
inmortales como Poe o Quiroga señalaron en su día que, de entre todas las
historias, aquéllas que agitan con más fuerza el corazón de los lectores son
las que tienen como objeto causar miedo. Ningún otro género alcanza un grado de
pujanza emocional como el terror.
Los sueños muertos es una de esas
historias que impresionaron mi alma hondamente, dejando un poso indeleble en
mi memoria de lecturas disfrutadas, ésas que, como bien señala Merino, se
quedan grabadas para siempre en el recuerdo.
Varios
son los argumentos que, a mi juicio, hacen de esta obra —único finalista del I
Premio de Novela de Terror Ciudad de Utrera en 2013 y publicada por Autores
Premiados en su colección Tanatos— una verdadera joya literaria. Y no sólo para
los aficionados al género, sino para aquéllos que gustan de una literatura intensa,
profunda y, sobre todo, de excelente calidad.
Pocas
veces forma y fondo se articulan de manera tan potente, desconcertante, eficaz,
perturbadora. En conjunto, el libro desprende un halo que fascina, asombra y
estremece por igual.
No cabe
duda de que, más allá de sus páginas, nos hallamos ante un escritor con mucho
oficio a cuestas, de lenguaje cultivado y exquisito, arriesgado en su esquema
narrativo —una suerte de rompecabezas—, que bebe de las fuentes de los clásicos
y domina con maestría los resortes del terror. Francisco José Segovia Ramos,
lejos de caer en tópicos, recursos, monstruosidades o visiones previsibles,
ofrece una mirada diferente, nada
convencional, originalísima, tremendamente audaz.
Arrojo
en el formato, en el «cómo se cuenta la historia», que de entrada parece
«cortar» el ritmo en la lectura, desplegado en múltiples capítulos de muy corta
extensión, con variaciones de escenarios y personajes que convergen en torno a
un libro maldito.
Sin embargo,
a medida que uno se adentra en su atmósfera opresiva —cargada de reminiscencias
a Lovecraft y al execrable Necronomicón—, el lector queda atrapado en una
pesadilla abrumadora, impregnado por un aura de inquietud cuasi onírica del que
ya no puede desprenderse. Es entonces cuando la obra se agiliza, se tensa, despliega
un universo de locura donde habitan los horrores más blasfemos.
Técnica y estilísticamente, Segovia Ramos
despliega un riquísimo abanico narrativo, una prosa cultivada, a menudo magistral,
aunando primera, segunda y tercera persona, prosa y poesía, con un lenguaje pulido
y poderoso, exigente por momentos, alejado de cualquier «simplicidad
comercial».
Los
aficionados al terror estamos de enhorabuena. Los sueños muertos (primer número de Tanatos) es fruto de un certamen (el Premio de Novela de Terror Ciudad
de Utrera) que poco a poco se va consolidando en el espacio literario nacional.
La
colección Tanatos —con tres libros
publicados hasta la fecha— es ya toda una realidad.