A semejanza de uno de sus personajes, la vida de Oskar Panizza estuvo siempre marcada por la lucha contra el rígido, anodino y hostil mundo exterior. Rebelde, transgresor, sarcástico, su obra El concilio del amor (publicada en Zürich en 1894) desencadenó una represión sin precedentes en Alemania. La causa de esta persecución —estatal y familiar— fue su insólita e irreverente versión de la Trinidad cristiana. El drama acontece a finales del siglo XV. Ante los abusos del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) y su corte, un Dios decrépito, una Virgen María lasciva y un Jesucristo tísico deciden castigar a la humanidad enviándole la sífilis.
Panizza fue condenado a un año de prisión en una celda individual y a correr con los gastos de su estancia en la cárcel. De nada sirvió la grave enfermedad que padecía en las piernas ni el recurso que interpuso su abogado —que alegó “trastornos mentales”—, lo cual, lejos de ayudarle, influiría en su trágico futuro.
Sin embargo, cumplida la condena en Baviera (su ciudad natal) y exiliado en Zürich, el subversivo autor germano escribió dos nuevas versiones de esta obra —aún más incendiarias—. Como era de esperar, la recalcitrante Suiza halló el modo de expulsar a este “incómodo huésped”. Cada vez más acosado, Oskar trata de buscar refugio en Paris. Acuciado por la penuria económica, su vida en la capital francesa transcurre solitaria y penosa. Hasta aquí trató de llegar la censura que perseguía su figura desde Europa central.
El culmen de este acoso se produjo con la publicación de su poemario Parisjana (1906), que dio lugar a la confiscación de todos sus bienes.
Sin recursos, abatido y hastiado, regresa a Alemania para entregarse a las autoridades. Poco después los tribunales lo incapacitan aduciendo enfermedad mental. Como si fuera una caústica burla ideada por el propio Panizza, él, médico psiquiatra (profesión que dejó para entregarse a su pasión literaria), acabó sus días encerrado en un manicomio.
Los cuentos de Oskar Panizza, deudores de la tradición romántica alemana, siguen la estela de su admirado E.T.A. Hoffmann y del omnipresente Edgar Allan Poe. Suponen una de las contribuciones más admirables que hayan dado las letras germánicas a la literatura fantástica.
Dotado de un finísimo sentido del humor —tendente a lo sarcástico—, un marcado acento anticlerical y un excelso domino de la psique humana, sus historias son agudas, divertidas e inquietantes. Panizza juega con el lector narrando siempre en primera persona (como Poe, Maupassant o Hoffmann), insertando elementos “ambiguos” o “alucinatorios” en la percepción del protagonista que conducen irremisiblemente a la escisión de lo real.
La locura es el fantasma de una condena interior, un espanto del que no es posible huir. Asistimos a una pugna permanente entre el mundo íntimo (lleno de colorido) y el universo social (gris), tal como refleja en Fritz Corsés.
La locura es el fantasma de una condena interior, un espanto del que no es posible huir. Asistimos a una pugna permanente entre el mundo íntimo (lleno de colorido) y el universo social (gris), tal como refleja en Fritz Corsés.
Panizza se muestra siempre crítico con la decadencia moral del hombre, idea que expone en relatos como el impactante La posada de la Trinidad (una especie de versión corta de El concilio del amor) o su anticipatorio La fábrica de hombres, que además de una honda reflexión ética, supone su incursión en el campo de la ciencia ficción.
Genio y locura suelen ir a menudo de la mano. Oskar Panizza fue un ser libre, combativo y apasionado. ¿Imaginan cómo debió sentirse aquel paciente cuerdo acorralado por una sociedad enferma?