Si hay un escritor en la
historia que haya sabido conjugar la fantasía sobrenatural con el vasto
universo marino, ése es, sin duda, William Hope Hodgson.
A los 14 años, la sed de
aventura condujo al joven inglés a abandonar el colegio para enrolarse como
grumete. Sin embargo, hubo de sobrevivir en medio de un mundo rudo, zafio y
violento: los lobos de mar, “aquella chusma de tarugos náuticos”,
marcarían hondamente su carácter. Para aquel chico menudo, inteligente,
sensible y guapo, fue una lucha sin cuartel. Fruto de ello comenzó a ejercitar
sus músculos hasta convertirse en un hombre de acero (clara similitud con
Robert E. Howard). También se interesó por la fotografía, llegando a ser todo
un experto (incluso montó su propio estudio a bordo). Sus instantáneas aún
resultan sorprendentes.
Tras ocho años surcando los
océanos del mundo, primero como aprendiz, y más tarde como oficial, hastiado de
aquella “vida de perros”, Hodgson desembarca en tierra dejando para
siempre la insondable compañía de las aguas.
A fin de ganarse la vida,
decidió abrir un gimnasio. No obstante, el negocio no daba lo suficiente y se
vio abocado a buscar otras alternativas. Suscrito a revistas de la época,
escribe sus primeros artículos y da conferencias (sobre cultura física o temas
marinos). Llega así la publicación de su primer relato fantástico en 1904. Al
año siguiente aparece el cuento Un horror tropical en la prestigiosa
revista The Grand Magazine, que incluía autores de la talla de Joseph
Sheridan Le Fanu o H.G. Wells (al que Hodgson admiraba y a quien llegó a
conocer personalmente). Desde entonces viviría consagrado a su trabajo literario.
¿Qué tienen de especial sus
relatos ambientados en el mar? En mi opinión, su asombrosa fuerza y su
incuestionable autenticidad. La capacidad del inglés para crear atmósferas
opresivas, para envolver y sugerir horrores indecibles, o concebir todo tipo de
criaturas monstruosas, alcanzan las cima del terror universal.
Muestra de ello son
historias como Una voz en la noche, verdadera obra maestra que aúna
tensión, dramatismo, sugerencia y horror (inspirando al autor pulp Philip M.
Fisher a escribir una continuación —muy inferior— titulada La isla de los
hongos); La nave abandonada, prodigio de ambiente angustioso en el
que el orden natural se invierte, Demonios del mar, intensa y evocadora,
o Desde el mar sin mareas, impactante y desgarrador relato cuyo final
deja sin aliento.
Pero no todas sus historias
son exclusivamente terroríficas: Hodgson también inserta con maestría dosis de
aventura, humor, misterio o elementos detectivescos (uno de sus personajes más
conocidos es Carnaki, “caza fantasmas” al estilo Jules de Grandin o John
Silence). Precisamente el que aparezcan explicaciones pseudocientíficas o
biológicas lo enmarca —según estudiosos como Rafael Llopis— en el “cuento
materialista de terror”.
Mención aparte merecen sus
novelas. La trilogía formada por Los botes del Glen Garrig, La casa
en el confín de la tierra y Los piratas fantasmas constituyen,
—sobre todo las dos últimas—, un portento del horror sobrenatural, lectura
imprescindible para todo buen aficionado a la literatura fantástica.
Trascurría el año 1914.
Instalado con su esposa Betty en Francia —más barata entonces que Inglaterra—,
era el momento de mayor madurez literaria de Hodgson. Sin embargo, el estallido
de la Primera Guerra Mundial cortó este fructífero periodo. William volvió a la
patria para alistarse en el cuerpo de caballería (lo más lejos posible del
mar). En 1917 regresa a Francia con su batallón. Finalmente, en abril de 1918,
una granada alemana volatilizó su cuerpo, privándonos para siempre de uno de
los mejores maestros que ha dado el género fantástico.
Aunque cerca estuvo varias
veces, La Mar, esa Madre sobrecogedora, susurrante y primigenia, no pudo
llevárselo a su seno. Ni un solo resto de aquel fornido hombre quedó para ser
enterrado en el campo de batalla.
Me estremezco cada vez que
leo las líneas que, poco antes de hallar su muerte, escribió a su madre desde
las trincheras.
“Si sobrevivo y, de alguna manera puedo salir de aquí (y, por favor Dios, espero que así sea), qué libro podría escribir si mi “vieja” habilidad con la pluma no me ha abandonado”.
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