A principios del siglo XX, el cuento de miedo sufrió una honda mutación. El artífice de este cambio fue Arthur Machen. Éste abandona por completo la escenografía romántica (castillos, mazmorras, la noche, los muertos…) para adentrarse en los misterios paganos de su Gales natal. Machen bucea en las raíces celtas, reviviendo cultos, magia, rituales y criaturas míticas (hadas, ninfas, Dôls o faunos). Como resultado, el horror retrocede hacia un pasado bárbaro y oscuro. Pero esta verdad terrible permanece olvidada; sólo en el saber antiguo puede hallarse algún rastro escondido.
El influjo de Machen es decisivo para el desarrollo de los Mitos. Por citar algún ejemplo, en su relato El pueblo blanco, el escritor galés introduce elementos tales como “El lenguaje Aklo” o “El reino de Voor”. Ambas referencias aparecen también en El horror de Dunwich de Howard Phillips Lovecraft.
Inspirado igualmente en la deliciosa mitología del irlandés Lord Dunsany —con aspectos que anticipan la Tierra Media de J.R.R. Tolkien—, Lovecraft da un paso hacia el mundo onírico, dejando atrás el terror gótico de su juventud. Los sueños se convierten en el camino para llegar a un universo místico. Un forma idónea para canalizar sus propias pesadillas. Así, las vivencias oníricas se convierten en el vehículo principal de los Mitos. “En su morada de R´lyeh, Cthulhu muerto aguarda soñando”.
Sin embargo, esta fase poética durará poco. Necesitado de mayor veracidad, acude en busca de nuevos elementos como la razón y la ciencia. A partir de ahora sus cuentos transcurren en Nueva Inglaterra. El solitario de Providence regresa de este modo a escenarios más cercanos y reales.
En su memorable relato La llamada de Cthulhu (1926), los Mitos adquieren su forma definitiva y madura. La idea cuaja entre los seguidores de Lovecraft, surgiendo aportaciones como Los perros de Tíndalos (1929) de Frank Belknap Long, La piedra negra (1931) de Robert E. Howard, El vampiro estelar (1935) de Robert Bloch o Las ratas del cementerio (1936) de Henry Kuttner.
Poco a poco la leyenda cobra visos de verdad. El horror se inocula en la mente de los hombres a través de un conjunto de elementos blasfemos: grabados, esculturas, rituales, puertas interestelares o libros “aborrecibles” (como el espantoso Necronomicón), son elementos que aportan autenticidad por su enorme profusión y detallismo, al tiempo que sugieren espantos inconcebibles, aquellos que una mente cuerda, no debería admitir.
Gracias, Eduardo, por esa prometida referencia a Machen, como precursor de esa nueva forma de contar "historias de miedo". Y en ese juego de citas y referencias literarias, quiero mencionar un texto en el que Colin Wilson da otra vuelta de tuerca a los paisajes oscuros y a las leyendas de Gales, homenajeando a Machen. Se trata de "El regreso de los lloigor", incluido en el libro "Cuentos de los Mitos de Cthulhu 2. El Legado". Recomendable.
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