El mundo agoniza. Un Imperio matriarcal y decadente, controlado con mano
férrea por una élite sacerdotal, se desmorona fatalmente. Poco a poco
languidece, víctima de su propia corrupción y de una Ley —rígida, inflexible,
incuestionable— que apenas logra contener la rebelión, soterrada, que extiende
su red desde los confines de Magenta, la capital, el centro de gobierno y de
poder.
La Rueda
Eterna, el ciclo vital en apariencia inmutable, está a punto de detenerse.
Durante siglos la memoria de los Anteriores se ha perpetuado a través de las
nuevas generaciones, adolescentes que han gozado de este privilegio,
convirtiéndose, a su vez, en Anteriores de otros jóvenes. Sin embargo, las
Casas de los Grandes (lugar de aprendizaje), se pudren, vacías ahora, cubiertas
por el polvo y el olvido.
El viejo mundo se tambalea y los jóvenes escasean. Cada vez que alguien
fallece, la materia pierde forma, se desdibuja en una inquietante bruma
oscilante. El vientre de las mujeres, otrora fértil, está, desde hace tiempo,
yermo y baldío.
Es una tierra condenada por la niebla del olvido, que todo lo circunda, que
avanza como un veneno directo al corazón del Imperio, marchitando todo a su
paso, deshaciendo poco a poco sus contornos.
En este tiempo, ni siquiera la Mirada Preservativa, truco al fin y al cabo,
es capaz de detener lo inexorable.
Agua Fría, la protagonista de esta vertiginosa novela, es una joven elegida
para ingresar en la élite religiosa. Mediado su aprendizaje en el oscuro e
imponente Talapot —vasto edificio donde habita la cúspide eclesial—, emprenderá
un largo e incierto viaje en busca de respuestas, de una libertad soñada, de
una salvación in extremis, suponiendo
para ella, además, una búsqueda más íntima y profunda; el camino que la guíe al
encuentro consigo misma.
Un mundo que es, a un mismo tiempo, futuro y pasado, cuyo origen (tras la
Gran Catástrofe), es, en mi opinión, el giro más sugerente de la narración. Un
viaje legendario en que se funden ecos místicos, mágicos, medievales, épicos o
tribales. Tejido hábilmente, aunque en ciertas partes resulta algo inocente y
previsible, mantiene el interés, ganando intensidad conforme avanza la lectura.
Las mujeres son las grandes protagonistas de esta historia de tintes
apocalípticos, pues ellas lideran (salvo el caso de la remota tribu Uma, anclada
en una vida embrutecida y ancestral) este universo decrépito y moribundo. Rigen
el poder supremo, dominan los saberes arcanos —como la hipnosis, vedada al sexo
masculino—, encabezan partidas de mercaderes, gobiernan comunidades rebeldes, o
se erigen en fieras guerreras. Y es que en ellas —mujeres de toda clase y
condición— reside el misterio del origen de la vida, algo que, cuando el final
se abate como un ave funesta, adquiere, si cabe, una relevancia casi
espiritual.
Temblor (1990), es una novela que sólo podía escribir una sensibilidad femenina.
Además de una reflexión sobre la propia condición humana, destila fantasía por
los cuatro costados, y, probablemente, supone, junto a Olvidado rey
Gudú (1996) de Ana María Matute, una de las más sorprendentes y
acertadas incursiones en el mundo de la fantasía legendaria en la
literatura española contemporánea. Su autora, la periodista y escritora
madrileña Rosa Montero, es una firma conocida del gran público (habitual del
diario El País y colaboradora en revistas
como Fotogramas).
¿Se trata de un hecho excepcional en nuestras letras? ¿Publicaría
libros de terror, ciencia ficción o fantasía la editorial Seix Barral a autores
«desconocidos»?
En todo caso, al margen de disfrutar de su prolífica y variada obra, Rosa
Montero demuestra que se puede narrar una historia fantástica con una prosa
digna de la mejor novela realista. Bella, ágil, intensa, poética en muchos
momentos, la escritura de Montero es, sin duda, una de las claves del éxito
que, en forma de galardones, han acompañado a esta autora desde que, en 1997,
ganara el Premio Primavera de novela.
Tras la publicación de Temblor, Rosa Montero ha seguido cultivando, a
intervalos, el género fantástico. Así, en 2005 apareció la fábula El Rey Trasparente, y, más
recientemente, la novela Lágrimas en la
Lluvia (2011).
Una espléndida ocasión para descubrir su narrativa y acercarse a la visión
contemporánea de la ficción legendaria en lengua castellana.
Ojalá el ejemplo «transgresor» de Rosa Montero no sea una excepción. Ojalá
sirva para que editoriales y autores apuesten por este
espléndido legado literario. Ojalá.
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