Prólogo para la Antología ABSOLEM de Relatos
Alguna vez, en algún momento, cuando
aún no había palabras —salvo una suerte de gruñidos primigenios—, por medio de
un lenguaje arcaico y gestual, no exento a buen seguro de riqueza expresiva, un
homínido, un pariente nuestro, bajito y velludo a tenor de los indicios, sintió
la necesidad, placentera, moralizadora, consustancial, de relatar.
Tal vez fuera así, al amparo de la roca
y el hechizo de las llamas, en las noches de completa oscuridad de aquel mundo
incipiente, como nacieron los primeros cuentos. Memoria y legado trasmitido, generación
tras generación, por medio de pinturas ancestrales y una oralidad aún por
fraguar.
Más tarde, las palabras que tejían ésas
y otras historias conformaron un mensaje jeroglífico en la piedra, símbolos
hendidos en arcilla, soportes que se fueron sucediendo: hojas de papiro, pergaminos,
papel, la imprenta, artefactos digitales… Lenguaje poco a poco más complejo y, al
tiempo, más poderoso. No en vano, desde entonces, en todas las épocas y
lugares, los líderes políticos y espirituales han tratado de adueñarse de la Historia relatada.
El cuento es, por su propia
naturaleza, el vínculo iniciático del niño con la magia literaria, con el
cosmos albergado en las páginas de un libro, sugerido en la fábula escuchada poco
antes de dormir; chispa que estimula los tesoros de la infancia —imaginación y
capacidad de sorpresa—, y que muchos, pese al paso del tiempo, o quizá por eso
mismo, nos resistimos a perder.
Frente al menosprecio reiterado hacia
el relato breve, ABSOLEM apostó desde su origen por los cuentos, reivindicando su
vigencia, su rabiosa actualidad en el panorama literario universal.
La presente Antología nos ofrece una excelente prueba de
ello. Once cuentos que despliegan verdaderos universos, escritos desde el alma,
cargados de pasión por el lenguaje y las historias bien contadas. Relatos que, sin
duda, conmoverán al lector.
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