sábado, 30 de octubre de 2010

LA LEYENDA DE RICHARD MATHESON


A principios de los cincuenta del pasado siglo XX, la mítica revista Weird Tales agonizaba. Tras la muerte de Lovecraft y Robert. E Howard, el género sobrenatural parecía estancado. Repetitividad y agotamiento de ideas: estereotipos y burdas imitaciones que aburrían a los lectores.

Hasta que apareció Richard Matheson.

Su irrupción en el paisaje literario —gracias al éxito de su relato Nacido de hombre y mujer—, supuso un revulsivo para el anémico universo fantástico. Él solo se bastó para hacer “renacer” el cuento de horror y ficción.

Gracias a su impulso afloraría una nueva generación de escritores, cuyo mejor representante es, sin duda, Stephen King, verdadero admirador suyo.

Los cuentos de Matheson son como descargas. No dan tregua. Auténtico maestro del “golpe de efecto” —que domina como nadie—, conmueve, emociona y atrapa al lector. Su atmósfera inquietante se aloja sin remedio en la mente del lector. De estilo versátil y directo, ofrece diversos registros, a cual más efectivo y sorprendente.

Así, sus novelas El hombre menguante (1956) y Soy leyenda (1954), son clásicos imprescindibles del siglo XX. La vigencia de esta última en pleno siglo XXI, resulta asombrosa. De fuerza arrolladora, su lectura te atraviesa como un fogonazo. La tensión, el dramatismo y los golpes de efecto que consigue, la encumbran, sin duda alguna, como obra maestra del terror.

Por ello, (como humilde petición), a aquellos que hayan visto la versión cinematográfica del año 2007, les ruego encarecidamente, la olviden cuanto antes y degusten esta magnífica novela (dicho sea con todo respeto al espíritu del escritor norteamericano).

Richard Matheson es uno de esos escritores que marcan para siempre. Su genio y sus obras son un verdadero regalo para los aficionados al terror y la ficción. Pero busquen al original: con toda certeza no les defraudará.

martes, 19 de octubre de 2010

LOS ARCHIVOS DEL TRASGO


La vida tiene a veces curiosas paradojas. Si cito El extraño caso de Benjamin Button, seguramente la mayoría habrán visto la película o, al menos, habrán oído hablar de ella. Si menciono que está basada en un relato del escritor norteamericano Francis Scott Fizgerald, seguro que más de uno lo ha leído. Sin embargo, si hablo de Rafael Dieste, temo que una interrogante cruce el rostro del lector. Permitan (para aquéllos que no les suene), presentarles a este buen señor.

En el año 1996, la editorial Valdemar sacó a la luz una magnífica antología de literatura fantástica española. Ávido por descubrir autores patrios, me lancé a su lectura. Aquel libro iluminó mi horizonte literario. Auténticos tesoros de nuestras letras en clave fantástica. Toda una joya, créanme. Entre el excelso cuadro de maestros figuraba Rafael Dieste.

Componente de la generación del 27 —coincidió entre otros con Pedro Salinas, Luis Cernuda o María Zambrano—, cultivó todo tipo de géneros literarios (poesía, ensayo, artículos periodísticos, cuentos). No obstante, su gran vocación fue el teatro. En 1935 viajó por Europa, participando activamente en actos de la alianza de escritores antifascistas. De vuelta, llegó a ser director del teatro español en Madrid y fundador de la revista Hora de España. Acabada la guerra, se ve abocado al exilio, primero en Buenos Aires y después en Inglaterra y Méjico. Finalmente, en 1961 regresa a España.

Rastreando entre sus libros hallé el sorprendente De los archivos del trasgo, recopilación de cuentos en la más pura tradición oral gallega (como Pardo Bazán o Fernández Flórez). Son relatos contados a un público que está presente, escuchando atentamente al narrador. Historias imbuidas en la vida cotidiana de Rianxo, su pueblo natal. Destilan belleza, sencillez y precisión. Con lenguaje poético, Dieste nos sitúa en la difusa frontera entre lo real y lo imaginario, de modo que el lector queda atrapado en la incertidumbre. Sugiere con una enorme fuerza evocadora, salpicando sus narraciones con toques de humor.

Al hilo de "Benjamin Button", uno de los cuentos de Dieste incluidos en el volúmen citado, El niño suicida, desarrolla justamente la misma idea que Scott Fizgeral, pero, a diferencia de éste y de su adaptación al celuloide, resulta infinitamente más creíble, más sincero y más hondo. Su final, no por conocido (a tenor del título), resulta menos impactante.

Paradojas, así es la vida.

martes, 5 de octubre de 2010

E.F. BENSON, EL MODERNO CUENTO DE FANTASMAS

Heredero de la “ghost story” (cuya senda iniciara el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu), Edward Frederic Benson comparte, junto a su amigo M.R. James, un lugar privilegiado en el elenco de grandes maestros del relato espectral.

Ambos pertenecieron a la Chitchat Society de Cambridge, que tenía sus reuniones la noche de los sábados. Precisamente en uno de aquellos encuentros, el 28 de octubre de 1893, tuvo lugar un hecho histórico. Ese día, el doctor James leyó sus dos primeros cuentos de terror ante un selecto auditorio. Benson estaba entre ellos. La chispa prendió en el joven Edward. Desde entonces, decidió seguir los pasos del maestro.

En este sentido, su aportación clave al género es la concepción “moderna” del cuento de terror. Lejos de ruinas, castillos, pasadizos y mazmorras —tan propias del mundo gótico—, Benson aborda el miedo a lo desconocido inserto en la vida cotidiana. De forma magistral, ahonda en parcelas profundas y oscuras de la psique humana. Ejemplos de ello son los fenómenos ocultos o el mundo de los sueños. Sus relatos La habitación de la torre, El rostro o Alfred Wadham el ahorcado, están plagados de ideas originales: la inserción de “atmósferas psíquicas”, los límites difusos entre sueño y realidad, o el dinamismo onírico (las pesadillas no son estáticas; el tiempo transcurre en ellas. La gente envejece y los paisajes cambian).


Las historias de Benson se leen con sumo placer. La fuerza visual de sus relatos, el dominio del lenguaje, preciso y fluido —salpicado de bellas descripciones de la naturaleza—, conforman una producción exquisita, solamente empañada por la repetición en la estructura de algunos relatos que merman su efecto y los hacen previsibles.

Por último, cabe destacar otro aspecto sorprendente: la aparición de precedentes del Horror Cósmico Lovecraftiano en su obra. Así, en Negotium perambulans, nos sumergen en un pueblo marino que recuerda a Innsmouth, con el sugerente John Evans, pintor del más allá, y la entidad amorfa que acecha en la oscuridad. Por otra parte, en Y ningún pájaro canta encontramos todos los ingredientes típicos de Los Mitos de Cthulhu.

Concluyo con la frase de uno de sus personajes:

“Claro que me gusta sentir miedo…es la más absorbente de las emociones. Si tienes miedo te olvidas de todo lo demás”. (El cobrador del autobús)