La vida tiene a veces curiosas paradojas. Si cito El extraño caso de Benjamin Button, seguramente la mayoría habrán visto la película o, al menos, habrán oído hablar de ella. Si menciono que está basada en un relato del escritor norteamericano Francis Scott Fizgerald, seguro que más de uno lo ha leído. Sin embargo, si hablo de Rafael Dieste, temo que una interrogante cruce el rostro del lector. Permitan (para aquéllos que no les suene), presentarles a este buen señor.
En el
año 1996, la editorial Valdemar sacó a la luz una magnífica antología de
literatura fantástica española. Ávido por descubrir autores patrios, me lancé a
su lectura. Aquel libro iluminó mi horizonte literario. Auténticos tesoros de
nuestras letras en clave fantástica. Toda una joya, créanme. Entre el excelso
cuadro de maestros figuraba Rafael Dieste.
Componente
de la generación del 27 —coincidió entre otros con Pedro Salinas, Luis Cernuda
o María Zambrano—, cultivó todo tipo de géneros literarios (poesía, ensayo,
artículos periodísticos, cuentos). No obstante, su gran vocación fue el teatro.
En 1935 viajó por Europa, participando activamente en actos de la alianza de
escritores antifascistas. De vuelta, llegó a ser director del teatro español en
Madrid y fundador de la revista Hora de España. Acabada la guerra,
se ve abocado al exilio, primero en Buenos Aires y después en Inglaterra y
Méjico. Finalmente, en 1961 regresa a España.
Rastreando
entre sus libros hallé el sorprendente De los archivos del trasgo,
recopilación de cuentos en la más pura tradición oral gallega (como Pardo Bazán
o Fernández Flórez). Son relatos contados a un público que está presente,
escuchando atentamente al narrador. Historias imbuidas en la vida cotidiana de
Rianxo, su pueblo natal. Destilan belleza, sencillez y precisión. Con lenguaje
poético, Dieste nos sitúa en la difusa frontera entre lo real y lo imaginario,
de modo que el lector queda atrapado en la incertidumbre. Sugiere con una
enorme fuerza evocadora, salpicando sus narraciones con toques de humor.
Al hilo
de "Benjamin Button", uno de los cuentos de Dieste incluidos en el
volúmen citado, El niño suicida, desarrolla justamente la misma
idea que Scott Fizgeral, pero, a diferencia de éste y de su adaptación al
celuloide, resulta infinitamente más creíble, más sincero y más hondo. Su
final, no por conocido (a tenor del título), resulta menos impactante.
Paradojas, así es la vida.
Confieso que yo también lo conocí por la antología de Valdemar.
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