Cuando esta historia cayó
en manos de Roman Polansky, el director francés (judío de origen polaco al
igual que el autor de la novela) quedó tan fascinado por ella que decidió hacer
una adaptación cinematográfica protagonizada por él mismo en el año 1976.
Confieso que no he visto la
película. Mi interés se ha dirigido siempre hacia el libro. Como un extraño
influjo, hace tiempo que empecé a sentirme atraído por él. Intuía que algo
insospechado e inquietante se ocultaba en sus páginas. No me equivoqué: ha sido
un descubrimiento fascinante.
Esta primera novela (1964)
del polifacético —dibujante, dramaturgo, guionista, novelista y ante todo
espíritu libre— Roland Topor es como un chispazo que recorre la médula
espinal del lector hasta impactar en su cerebro. Narrada con pulso vibrante, el
autor nos sumerge en una trama eléctrica cuya tensión va siempre in
crescendo. Fiel a su carácter indómito y sin complejos, Topor salpica la
narración con dosis de humor negro, escatología y fuerte carga erótica.
El terror, como un velo
opresivo, siempre está presente. Poco a poco la pesadilla adquiere un carácter
delirante que se adueña por completo del protagonista, el joven parisino
Trelkovsky. Asistimos angustiados al progresivo e imparable aniquilamiento
psicológico y a la «disolución» física del personaje. De este modo, Topor
estremece al lector, víctima del sufrimiento de Trelkovsky, atrapado en una
lucha desesperada por mantener alejado el fantasma de la locura.
Conforme llegamos al
desenlace se suceden las escenas más demenciales y enloquecidas; el horror
alcanza un grado casi insoportable y este clímax te deja pegado a sus páginas.
Un final magistral, un giro devastador y sugerente, elevan el relato a la
categoría de auténtica obra maestra.
A propósito de Roland Topor
dice su amigo Fernando Arrabal (fundador junto a éste y Jodorowsky en 1960 del
“Grupo Pánico”, movimiento vanguardista y surrealista):
“Topor desconcierta e
inquieta porque nos revela que el misterio más concreto es el hombre”.
Y así queda patente en esta
historia psicológica y obsesiva cuyo misterio parece aglutinarse en la mente de
un hombre común.
¿No será lo que percibimos
una pura ficción?
Recientemente he tenido ocasión de "revisitar" la película de Polansky, "El quimérico inquilino", así como las otras 2 de este mismo director, que conforman la "trilogía del apartamento", a saber, "Repulsión" y "La semilla del diablo". Todas ellas tienen en común el clima asfixiante y hermético de aquellos que, real o imaginariamente, se sienten atrapados entre las cuatro paredes que habitan. París, Londres, Nueva York, tres ciudades, tres situaciones angustiosas, todas distintas, todas iguales. Es la película basada en la obra de Topor la que, por su simplicidad inicial y por lo retorcido del giro que dan los acontecimientos (alucinante final), la que provoca un mayor desconcierto en el espectador. Recomendable.
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