Recientemente he visitado
el reino de las sombras. He aquí mi diagnóstico: El paciente «terrorífico» goza
de buena salud. Así me lo parece tras auscultar —más bien tentar— las tinieblas
de José María Latorre.
Esta novela, que prende en
el lector de inmediato, está salpicada de agudos comentarios que acentúan su
vitalidad narrativa e incitan a pensar. He aquí un ejemplo: “La vida no es
para ser contemplada, sino para participar en ella”.
Bien estructurado, aunque
por instantes pueda parecer teñido de arquetipos, destila siempre sencillez,
nunca artificialidad. Pretende ser lo que es, y eso ayuda a hacerlo más
creíble. Latorre nos zambulle en un universo opresivo muy bien construido. La
intensidad se mantiene en todo momento. Destaca el personaje del padre, cuyas
cartas están escritas de modo magistral. Sin embargo, creo que tendría más
fuerza si el protagonista, —el joven Gonzalo— no diera la impresión de mantener
siempre el control de sí mismo. Chirría un poco “tanta sangre fría”, y no tanto
en lo que cuenta, sino en sus acciones, que pueden resultar a veces algo
incongruentes frente a su estado emocional.
Aun así, el relato alcanza
momentos muy notables. Por su lenguaje depurado —tendente en ocasiones al
barroquismo lovecraftiano— parece escrito en una época pretérita, siguiendo el
estilo de los grandes clásicos góticos (no en vano, la exuberante Lucilla de
Latorre parece una evocación de la atractiva Carmilla de Le Fanu).
Si José María fuera
anglosajón y hubiera escrito a principios del XX, a buen seguro el propio
Howard Phillips Lovecraft hubiera alabado su capacidad para generar atmósferas
angustiosas y mantener la tensión hasta el final.
Pero Latorre, zaragozano
nacido en 1945, nos recuerda que en nuestro país, este género apasionante —el
género de la ficción terrorífica— tiene un brillante presente gracias a
talentos como el suyo.
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