Uno de los casos más singulares en la historia de las letras, es el del francés Guy de Maupassant. Seguramente ningún otro escritor haya tenido padrinos más notables: nada menos que Flaubert y Zola: Realismo y Naturalismo elevados a la máxima potencia. Una combinación portentosa que, unida al talento del galo, dio como fruto una obra literaria prodigiosa (más de 300 cuentos y siete novelas).
Su guía y maestro Gustave
Flaubert, embebido del romanticismo que envolvía la Europa de principios del
XIX, escribió entre 1835—1839 varios cuentos en los que mostraba su fascinación
por lo horrible y los aspectos más negros, crueles y aborrecibles de la existencia
del hombre (la muerte, la locura, la desesperación, la embriaguez…) En su
célebre ensayo El horror en la literatura, H. P. Lovecraft refiere a
propósito de Flaubert: “De no ser por su tendencia marcadamente realista,
podría haber sido un consumado maestro del terror”. De hecho, una frase que
repetía con frecuencia al joven Guy era: “La realidad, siempre la realidad”.
Junto al creador de Madame
Bovary, Maupassant aprende el valor del esfuerzo, la observación y la
lucidez, así como la importancia de la documentación. Por otra parte, del
Naturalismo de Émile Zola, tomará la idea de que las raíces del mal se
localizan en la condición humana.
Sin embargo, la vida de
Maupassant dista mucho de la disciplina y el rigor que mostró en los valores
literarios. Ante todo fue un vividor —en el mejor sentido de la palabra—.
Apasionado del ejercicio físico (como otros grandes, Hodgson o Robert E.
Howard), y sobre todo, del sexo femenino. Amó de forma compulsiva y jamás se
implicó emocionalmente. Baste decir que incluso presidió una “sociedad de
chulos”. Los amores fáciles se convirtieron en su pasión favorita, siendo el
origen de la sífilis que marcó el resto de su vida.
Diez años transcurrieron
desde entonces hasta su muerte en 1893. Diez años en los que escribe de manera
frenética, en medio de terribles sufrimientos físicos causados por la
enfermedad y que lo llevarían finalmente a la locura. Las alteraciones
nerviosas determinaron sin duda su visión del ser humano. El propio Lovecraft
califica sus creaciones como “efusiones morbosas de un cerebro realista en
estado patológico”. Y más adelante añade:”Sin embargo, poseen el más
vivo interés e intensidad, y sugieren con fuerza maravillosa la inminencia de
unos terrores indecibles”.
Siempre recuerdo con
estremecimiento —me atrevo a decir placentero— dos pasajes de sus relatos La
confesión y Moiron que, para mí, alcanzan la cima del cuento de
carácter macabro o espeluznante.
A veces, temo que acabe por
cumplirse el vaticinio que apuntó Maupassant en un artículo titulado “Lo
fantástico”, publicado en 1883, y en el que expresaba lo siguiente:
“Nuestros nietos nunca
sabrán lo que era en el pasado la noche, el miedo a lo misterioso, el miedo a
lo sobrenatural”
Ojalá la profecía del genio nunca se cumpla.
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