lunes, 6 de septiembre de 2010

RETRATOS DE LO MACABRO, o el lienzo de MAUPASSANT


Uno de los casos más singulares en la historia de las letras, es el del francés Guy de Maupassant. Seguramente ningún otro escritor haya tenido padrinos más notables: nada menos que Flaubert y Zola: Realismo y Naturalismo elevados a la máxima potencia. Una combinación portentosa que, unida al talento del galo, dio como fruto una obra literaria prodigiosa (más de 300 cuentos y siete novelas).

Su guía y maestro Gustave Flaubert, embebido del romanticismo que envolvía la Europa de principios del XIX, escribió entre 1835—1839 varios cuentos en los que mostraba su fascinación por lo horrible y los aspectos más negros, crueles y aborrecibles de la existencia del hombre (la muerte, la locura, la desesperación, la embriaguez…) En su célebre ensayo El horror en la literatura, H. P. Lovecraft refiere a propósito de Flaubert: “De no ser por su tendencia marcadamente realista, podría haber sido un consumado maestro del terror”. De hecho, una frase que repetía con frecuencia al joven Guy era: “La realidad, siempre la realidad”.

Junto al creador de Madame Bovary, Maupassant aprende el valor del esfuerzo, la observación y la lucidez, así como la importancia de la documentación. Por otra parte, del Naturalismo de Émile Zola, tomará la idea de que las raíces del mal se localizan en la condición humana.

Sin embargo, la vida de Maupassant dista mucho de la disciplina y el rigor que mostró en los valores literarios. Ante todo fue un vividor —en el mejor sentido de la palabra—. Apasionado del ejercicio físico (como otros grandes, Hodgson o Robert E. Howard), y sobre todo, del sexo femenino. Amó de forma compulsiva y jamás se implicó emocionalmente. Baste decir que incluso presidió una “sociedad de chulos”. Los amores fáciles se convirtieron en su pasión favorita, siendo el origen de la sífilis que marcó el resto de su vida.

Diez años transcurrieron desde entonces hasta su muerte en 1893. Diez años en los que escribe de manera frenética, en medio de terribles sufrimientos físicos causados por la enfermedad y que lo llevarían finalmente a la locura. Las alteraciones nerviosas determinaron sin duda su visión del ser humano. El propio Lovecraft califica sus creaciones como “efusiones morbosas de un cerebro realista en estado patológico”. Y más adelante añade:”Sin embargo, poseen el más vivo interés e intensidad, y sugieren con fuerza maravillosa la inminencia de unos terrores indecibles”.

Siempre recuerdo con estremecimiento —me atrevo a decir placentero— dos pasajes de sus relatos La confesión y Moiron que, para mí, alcanzan la cima del cuento de carácter macabro o espeluznante.

A veces, temo que acabe por cumplirse el vaticinio que apuntó Maupassant en un artículo titulado “Lo fantástico”, publicado en 1883, y en el que expresaba lo siguiente:

“Nuestros nietos nunca sabrán lo que era en el pasado la noche, el miedo a lo misterioso, el miedo a lo sobrenatural”


Ojalá la profecía del genio nunca se cumpla.

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