domingo, 30 de octubre de 2011

LEYENDAS DE SULAYR

Hoy quisiera detenerme en uno de esos libros que un buen día aparecen, mágicos e insospechados, en tu vida; uno de esos pequeños volúmenes que, ajenos a grandes editoriales y a modas imperantes, jamás dormirán —acaso una semana— en el estante abarrotado de best-sellers; un regalo para almas sensibles, como sus propias autoras —Carmen y Dora Hernández Montalbán— gustan subrayar.

A lo largo de los cinco relatos que componen este libro sorprendente, las hermanas granadinas nos proponen viajar a un tiempo remoto —ya sea pasado o futuro— con una deliciosa mezcolanza de leyenda, historia, costumbrismo, fantasía y misterio. Cuentos salpicados de elementos sobrenaturales, pero también muy cercanos, cimentados en la realidad —apegados hondamente a su bella tierra andaluza—, con una sabia combinación de lenguaje popular y legendario, inspirado, por un lado, en la riquísima tradición oral, y por otro, en el legado que dejaron escritores como su paisano Pedro Antonio de Alarcón —nacido también en Guadix— o el propio Gustavo Adolfo Bécquer, con quien comparten, además de su amor por la naturaleza, la indudable relevancia del paisaje (árboles, luz, agua, estaciones, aire), universo del que somos parte —aunque con frecuencia lo olvidemos—, que moldea nuestro ser íntimo y, en definitiva, “Madre” a la que antes o después regresaremos.

Nada hay previsible en estas historias “contadas”, que fluyen envueltas en esa especie de “aura mágica” intrínseca a toda leyenda. Hechiceras, princesas, reyes, caciques, aventureros, guerreros, esclavos, sacerdotes… un compendio de personajes clásicos, arquetípicos, en los que siempre hay detrás un elemento tan esencial como imprescindible: una historia profunda, hondamente humana, con sus virtudes y miserias, con sus anhelos y pasiones, con sus dudas y tristezas.

Sugerentes propuestas que destilan una imaginación admirable, eje central de esta obra singular. Imaginación capaz de trasladarnos desde una barraca miserable —pródiga en conjuros— a la mítica Atlántida, capaz de devolver su esplendor al poderoso reino de Tartesos, de surcar la megalópolis de Hesperia en busca de respuestas, de ofrecernos el agua de aquel manantial en que se oye una voz distante…
¿Por qué las fábulas siguen teniendo, en pleno siglo XXI, vigencia y atractivo? ¿Qué encanto encierran que las hace tan sugerentes? Tal vez la razón esté en la añoranza de un tiempo perdido, de un mundo que sólo conocemos por aquel relato que oímos contar una noche junto al fuego. O tal vez sea que ese tiempo remoto, en realidad, sólo es un espejo de nuestro propio tiempo. Sea como fuere, reconforta encontrar “artesanas de la palabra” como Carmen y Dora, capaces de avivar el espíritu de aquellas viejas historias, manteniendo intacto su halo fantástico.

Pocas veces tiene un lector la ocasión de compartir sus impresiones (más allá de una firma apresurada o de una pregunta en una ponencia) con el autor/es de un libro que ha disfrutado. Desde aquí —Dora y Carmen, Carmen y Dora— os animo a seguir deleitándonos con vuestros relatos.
Gracias Carmen por haber puesto en mis manos este grato tesoro que floreció en la montaña del sol, la mágica Sierra Nevada que los árabes llamaron Sulayr.

Hoy quisiera hacer un canto a la pasión por escribir.

jueves, 20 de octubre de 2011

EL GOLEM

“¿Y si la vida en nosotros no fuera más que un enigmático remolino de aire?... ¿Quién puede decir que sabe algo sobre el Golem?”.
¿Acaso existe una respuesta satisfactoria para tales cuestiones? ¿No sucede que al tratar de arrojar un poco de luz caemos sin remedio en nuevas y oscuras interrogantes?

Dudas que lanzan al vacío más y más preguntas. Un misterio tenebroso más allá de la leyenda, donde viven enlazados el terror cíclico —que retorna cada 33 años—, la magia de la Cábala ancestral, las pasiones más exacerbadas, una lúgubre y mísera existencia en un sombrío escenario: el ghetto judío de Praga, la calle Hahnpass, y, por último, la horda de inquilinos que pululan entre sus sórdidos entresijos.

La atmósfera de la primera novela de Gustav Meyrink (1868-1932 )—El Golem— nos ofrece un verdadero compendio de la originalidad que atesoran sus relatos, aquella que le confiere una personalidad única e irrepetible, de gran calado en escritores posteriores —especialmente de lengua alemana— como Kafka, y que hoy día sigue seduciendo a lectores de todo el mundo.

La fascinante e inmortal obra de Meyrink (publicada en 1915) —cuya edición alcanzó la nada desdeñable cifra de 145.000 ejemplares vendidos entre 1915 y 1916—está envuelta en un ambiente inquietante, nebuloso, onírico, misterioso, enigmático, lóbrego y cautivador. Pocos autores han sido capaces de lograr un ensamblaje tan perfecto y sugerente entre sueño, pesadilla y realidad (excepción del otro gran “maestro de lo nebuloso”, Walter de la Mare).

El laberinto narrativo, el desdoblamiento del protagonista, impredecible, caótico en ocasiones, el enigma de un pasado inescrutable, apenas difuminado, la aparición del espectral Golem, todo se articula con una maestría excepcional, desconcertando y atrapando a un mismo tiempo, cautivando a todo aquél que se adentre en sus misteriosas páginas.
La fusión entre pasado y presente se pone de relieve a través del juego de tiempos verbales y una extraña “dualidad”, recurso que alcanzará su cima en otra de sus grandes novelas: “El ángel de la ventana de Occidente”, donde la franja del tiempo queda definitivamente diluida (evocando la idea lovecraftiana del “tiempo lineal” —aunque H.P. Lovecraft en su ensayo El horror en la literatura no cita este aspecto, sino la importancia del oscuro folklore judío de El Golem).

Muchas fueron las vicisitudes, ciertamente novelescas, que acontecieron en la azarosa vida de Gustav Meyrink, comenzando por su propio nacimiento en Viena —hijo ilegítimo de un importante barón y una actriz de segunda fila, continuando con su periplo por varias ciudades alemanas hasta arribar a Praga a los 15 años de edad. Allí, contrajo matrimonio con la hija de un banquero y, años más tarde, llegó a dirigir la entidad financiera.
Pero Meyrink, lejos de ser un espíritu acomodaticio, poseía una personalidad verdaderamente magnética y arrolladora: amante de la noche, cultivador de cuerpo y mente (drogas incluidas), entusiasta del ocultismo, consumado duelista —con un exacerbado sentido del honor—, erudito en las artes ocultas (ocultismo, alquimia, espiritismo), se convirtió en un personaje tan temido como odiado en la Praga de la época.

Con estas credenciales, era cuestión de tiempo que sus enemigos actuaran. Una ignominiosa confabulación lo llevó al banquillo acusado de desfalco y, aunque tiempo después se demostró su inocencia, económica y socialmente quedó arruinado.
Obligado a abandonar la que había sido su ciudad durante veinte años, se refugió en la literatura, medio precario de vida, pero también, universo ideal para canalizar sus vastos conocimientos, así como su espíritu crítico, indomable y satírico.

Al margen de las novelas ya citadas, escribió dos colecciones de cuentos: Historias de alquimistas y Murciélagos, entre las cuales se encuentran auténticas joyas de lo macabro, relatos que ponen los pelos de punta como El Albino o El Maestre Leonardo.

Semejante a sus personajes, Meyrink ha desafiado los límites del tiempo: sólo hay que echar un vistazo a su lápida para comprobar que, en efecto, fue un genial clarividente.

En el epitafio de su tumba reza esculpido este lema: “Vivo”.