miércoles, 2 de febrero de 2011

W.H. HODGSON, SEÑOR DE LOS OCÉANOS

Si hay un escritor en la historia que haya sabido conjugar la fantasía sobrenatural con el vasto universo marino, ése es, sin duda, William Hope Hodgson.
A los 14 años, la sed de aventura condujo al joven inglés a abandonar el colegio para enrolarse como grumete. Sin embargo, hubo de sobrevivir en medio de un mundo rudo, zafio y violento: los lobos de mar, “aquella chusma de tarugos náuticos”, marcarían hondamente su carácter. Para aquel chico menudo, inteligente, sensible y guapo, fue una lucha sin cuartel. Fruto de ello comenzó a ejercitar sus músculos hasta convertirse en un hombre de acero (clara similitud con Robert E. Howard). También se interesó por la fotografía, llegando a ser todo un experto (incluso montó su propio estudio a bordo). Sus instantáneas aún resultan sorprendentes.
Tras ocho años surcando los océanos del mundo, primero como aprendiz, y más tarde como oficial, hastiado de aquella “vida de perros”, Hodgson desembarca en tierra dejando para siempre la insondable compañía de las aguas.
A fin de ganarse la vida, decidió abrir un gimnasio. No obstante, el negocio no daba lo suficiente y se vio abocado a buscar otras alternativas. Suscrito a revistas de la época, escribe sus primeros artículos y da conferencias (sobre cultura física o temas marinos). Llega así la publicación de su primer relato fantástico en 1904. Al año siguiente aparece el cuento Un horror tropical en la prestigiosa revista The Grand Magazine, que incluía autores de la talla de Joseph Sheridan Le Fanu o H.G. Wells (al que Hodgson admiraba y a quien llegó a conocer personalmente). Desde entonces viviría consagrado a su trabajo literario.
¿Qué tienen de especial sus relatos ambientados en el mar? En mi opinión, su asombrosa fuerza y su incuestionable autenticidad. La capacidad del inglés para crear atmósferas opresivas, para envolver y sugerir horrores indecibles, o concebir todo tipo de criaturas monstruosas, alcanzan las cima del terror universal.
Muestra de ello son historias como Una voz en la noche, verdadera obra maestra que aúna tensión, dramatismo, sugerencia y horror (inspirando al autor pulp Philip M. Fisher a escribir una continuación —muy inferior— titulada La isla de los hongos); La nave abandonada, prodigio de ambiente angustioso en el que el orden natural se invierte, Demonios del mar, intensa y evocadora, o Desde el mar sin mareas, impactante y desgarrador relato cuyo final deja sin aliento.
Pero no todas sus historias son exclusivamente terroríficas: Hodgson también inserta con maestría dosis de aventura, humor, misterio o elementos detectivescos (uno de sus personajes más conocidos es Carnaki, “caza fantasmas” al estilo Jules de Grandin o John Silence). Precisamente el que aparezcan explicaciones pseudocientíficas o biológicas lo enmarca —según estudiosos como Rafael Llopis— en el “cuento materialista de terror”.
Mención aparte merecen sus novelas. La trilogía formada por Los botes del Glen Garrig, La casa en el confín de la tierra y Los piratas fantasmas constituyen, —sobre todo las dos últimas—, un portento del horror sobrenatural, lectura imprescindible para todo buen aficionado a la literatura fantástica.
Trascurría el año 1914. Instalado con su esposa Betty en Francia —más barata entonces que Inglaterra—, era el momento de mayor madurez literaria de Hodgson. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial cortó este fructífero periodo. William volvió a la patria para alistarse en el cuerpo de caballería (lo más lejos posible del mar). En 1917 regresa a Francia con su batallón. Finalmente, en abril de 1918, una granada alemana volatilizó su cuerpo, privándonos para siempre de uno de los mejores maestros que ha dado el género fantástico.
Aunque cerca estuvo varias veces, La Mar, esa Madre sobrecogedora, susurrante y primigenia, no pudo llevárselo a su seno. Ni un solo resto de aquel fornido hombre quedó para ser enterrado en el campo de batalla.
Me estremezco cada vez que leo las líneas que, poco antes de hallar su muerte, escribió a su madre desde las trincheras.

“Si sobrevivo y, de alguna manera puedo salir de aquí (y, por favor Dios, espero que así sea), qué libro podría escribir si mi “vieja” habilidad con la pluma no me ha abandonado”.

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